La popularidad

Por Leonardo Sánchez

El país, que no está en eso, se siente acogotado con la propaganda que busca volver a elevar la popularidad del primer ejecutivo del gobierno; como si su único objetivo fuera ser una estrella del firmamento pop, brillante e impoluta, sin salpicarse del lodo que ha inundado su gestión y creyera que, con mirar para otro lado, por donde se maquillan los “ratings”, todo se fuera a solucionar; como si la gente creyera que eso le serviría para algo.

Un presidente, y su gobierno entero, no se eligen para ser “popular” uno ni “populares” los otros, porque cuando se va a gobernar un país no se va a un concurso de simpatías; se va a cumplir con un deber que emana de un mandato popular a través de la constuticón que traza la pauta a seguir para una buena gestión.

Tampoco tiene que ser, el presidente, un Trucutú que ande amenazando a todo el mundo ni dando boches a dos manos, y tratando de hacer chistes, queriendo parecer gracioso, sin gracia.

Y menos tiene que ser un seudo erudito que haga necesaria una enciclopedia de la pedantería para intentar entender lo que él mismo no es capaz de explicar con palabras “menos inteligentes” o conceptualizantes; como “supercalifragislisticoecepcionalizante” o “herotaberrigorrigoicoherrotacoechea”.

¿De qué le sirve a una sociedad llena de problemas sin solución y miles de promesas incumplidas, que el presidente sea “popular”, si no hace nada para que se resuelvan los problemas reales que prometió solucionar, y solo sigue prometiendo como un eterno candidato?

¿Para qué le puede servir a un país un presidente “popular”, si los resultados de su gestión parecen los de un inepto narcisista? Porque solo un inepto narcisista puede creer que, habiéndosele descubierto la corrupción más grande de la historia contemporanea, él puede seguir cacareando una alta popularidad, mientras trabaja para encubrirla.

Pero, ¿quién fue que dijo y dónde, que el hecho mercadológico de una medición de aceptación de la gestión del primer funcionario de la nación, tiene que estar por encima de sus verdaderas obligaciones, las constitucionales y las elementales del cargo para el que ha sido electo?

¿De qué le sirve al crecimiento económico real, y a la gente de abajo, la lucha de las tesis y las teorías de las comunicaciones? Kid Joao contra Kid “El otro” (sí, ese mismo), ¡cabellera contra melena! Y el país cada vez más endeudado, mientras sigue el jueguito de “ver quien la tiene más grande”, cogiendo prestado para tapar los hoyos electorales y presupuestarios, mientras se sigue escondiedo el maletín lleno de facturas.

¿Y por qué tiene que existir una caterva de individuos que su único trabajo sea hacer propaganda y loar al empleado público número uno?

¿Y por qué tiene que gastarse lo que se ha gastado, y se sigue gastando, para convencer a la sociedad de que su principal ejecutivo tiene buen “mojo”?

¿No sería más aceptado (“popular”), si se dedicara a hacer que sus ministros y altos funcionarios trabajen en aquello que se supone que deben trabajar? Digo, para que el mandamás “popular” se ocupe de lo que se tiene que ocupar, para cumplir él y hacer cumplir a los demás que lo que han jurado cumplir y hacer cumplir.

¡Eso pondría los “ratings” por las nubes! Y sin necesidad de que el ministerio de prensa o relaciones públicas tenga que andar con la lengua afuera, justificando lo injustificable. Hablando pluma de burro para demostrar que su jefe es “popular”, dejando ver el refajo de una creciente necesidad de auto aprobación.

¿Qué problema de orden psicológico puede tener un ejecutivo, público o privado, que amerite que exista un coro de áulicos que le estén sobando la solapa, como a un gallo quiquiriquí que hay que estarle sobando las plumas?

No sería mejor que el gallito se ponga las espuelas y se afeite las plumas y se ponga a pelear, que para eso están los gallos de pelea, ¡para trabajar en las necesidades de la sociedad! Y no para andar como “palomita en zinc caliente”, mirando sus propias pisadas y gozándoselas.

Porque si un presidente se eligiera para el postureo, con alguno de los pasados presidentes hubiera sido suficiente. O se eligiera, redivivo, a Porfirio Ribirosa, aprovechando que el trujillismo se está poniendo de moda.

Por eso es tan hueca e innecesaria la propaganda profusa y costosa que atosiga los medios.

Por eso, también, da vergüenza ajena ver, leer y escuchar (los que lo soportan) a los personeros abocinados que andan por ahí como las “guagüitas anunciadoras” que no paran ni respiran, “ajogándose”, mientras atropellan las neuronas de los que todavía tienen algo en el “tutú”.

No joda Magino, póngase a trabajar y olvídese de esas vainas de Joao, y ponga en su puesto a todos los que solo han venido viviendo del cuento de la “popularidad”. A trabajar “tuel mundo” que eso es lo que la gente quiere y el país necesita para progresar sin popularidad.

Si hace eso, ¡hasta las aspiraciones del 2020 se pudieran considerar! Considerar, eh. Por aquello de que “es mejor un malo conocido”, que otros peores que ya se sabe a lo que irían al gobierno.

¡Manos a la obra! Que, eso tampoco se ha hecho.