Palabras de Benjamín Rodríguez Carpio en nombre de los compañeros estudiantes de Doctorado en Derecho de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) en coordinación con la Universidad Externado de Colombia en el homenaje realizado a Orlando Jorge Mera, organizado por la Egresados PUCMM y la Fundación Madre y Maestra, Inc.
Buenos días.
Hablar de Orlando Jorge Mera para mí es evocar a la persona que conocí en 1993, antes de graduarme de la Universidad, en una actividad académica, precisamente aquí, en el Recinto Santo Domingo de nuestra Alma Mater. Y me fue muy conveniente conocerlo, porque yo estaba redactando mi tesis de grado, le comenté mi tema y se me puso a la orden en lo que me pudiera ayudar. También hablamos mucho del recordado profesor Artagnan Pérez Méndez, de quien ambos tuvimos el privilegio de ser alumnos. El asunto es que visité su oficina y pude consultar libros de su biblioteca sobre mi tema de memoria final; también me presentó a sus padres a quienes obviamente conocía como figuras públicas, pero no personalmente.
Luego de eso, yo me gradué, retorné a vivir a Santiago y perdimos el contacto. Sin embargo, me lo volvería a encontrar en el año 2001 aproximadamente, cuando era Director Ejecutivo del INDOTEL, en el campus principal de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra en Santiago… ¿dónde podía ser más acorde? Aunque teníamos muchos años que no nos veíamos me reconoció de inmediato y me pasó su número de teléfono. También recuerdo que lo llamé para invitarlo a dar una charla sobre medidas conservatorias en materia de la Ley de Telecomunicaciones, contestó él mismo y accedió gustoso. Aunque la actividad no se llegó a dar por razones ajenas a nuestras voluntades, me sirvió para retomar el contacto con Orlando.
Pasaron los años y en 2017 nos volvimos a encontrar, otra vez, en nuestra Alma Mater, pero con un motivo muy distinto: compañeros de estudio en nuestra querida Universidad, en ocasión del Doctorado en Derecho que esta organiza, conjuntamente con la Universidad Externado de Colombia. Conversábamos mucho en los recesos, de todos los temas: política, Derecho, religión. En una de esas pláticas me habló de su familia y me contó que su hija es de vida consagrada y que reside en Brasil; conocedor de mi afición por los viajes, ¡hasta me llegó a decir que si yo iba a Brasil que le avisara para que fuera a la sede de la congregación Heraldos del Evangelio!
Era muy notorio cuán afable era con sus compañeros, siempre con una sonrisa a flor de labios y dispuesto a conversar, a fomentar buenas relaciones. Un día alguien trajo un paquete de café colombiano, no recuerdo si un profesor o uno de nosotros que viajó a Bogotá, el caso es que él trajo la greca para que coláramos el café en un receso. Así todos saboreamos café colombiano. En una feliz coincidencia, su cumpleaños en 2017, 22 de noviembre, coincidió con una clase en la Universidad, así que lo celebramos en grupo y le partimos un bizcocho. Él lucía feliz de celebrar su natalicio con nosotros sus compañeros doctorandos.
Cuando fue designado ministro, siguió siendo el mismo compañero de estudios atento y dispuesto a colaborar en lo que fuese posible. Yo, como lector de periódicos viejos para fines históricos, le enviaba de cuando en cuando a él y a su hermana Dilia Leticia reseñas de periódicos de la época en que ellos llegaron al Palacio Nacional como hijos del presidente o del tiempo en que él descollaba con independencia de la figura paterna en actividades políticas, sociales o jurídicas. Me produce nostalgia evocar cuánto me lo agradecía y cuánto le interesaban esas publicaciones que él llamaba “joyas” o “gratos recuerdos”. Aún estando ocupado en sus elevadas funciones ministeriales, un día encontró en un periódico una publicación relacionada con el tema de mi tesis doctoral y me la remitió por vía de Whatssap. Ese era Orlando. De cuando en cuando nos saludábamos por esa vía y la última vez que conversamos le dije que cuando viniera a la capital le avisaría para que nos tomáramos un café, a lo que por supuesto respondió positivamente. Eso fue el 20 de mayo pasado. Dos semanas después, yo, como muchos en todo el pueblo dominicano, vi mi almuerzo truncado por la infausta noticia.
No obstante la tristeza por su muerte, nos queda el legado a todos los que fuimos sus conocidos, de una manera u otra, de su don de gente, disposición de servir, su consejo, su amistad. Orlando Salvador, tienes el reto de recoger la antorcha y seguirla enarbolando. Dilia Leticia, tú también eres legataria de esos dones y sé que contigo quedan en buenas manos.
Querido Orlando Jorge Mera, sé que estás en buen lugar y allí donde estés quiero decirte, en nombre del grupo de doctorandos en el que tantos afectos sembraste, que siempre seremos veinte y que asumimos el compromiso de hacer lo posible por graduarnos todos y honrar nuestra promoción con tu nombre. En cuanto a mí en lo personal, tengo la fe y la esperanza de poder comparecer a la eternidad para tomarnos el café que quedó pendiente. Descansa en paz, amigo.
Santo Domingo, D. N.
16 de julio de 2022