Salvar la prensa sin matar el periodismo

Pablo McKinney

Salvar a la prensa sin matar el periodismo es uno de los grandes desafíos de estos tiempos, habidas cuentas de que salvar a la prensa es salvar a la democracia, pues el ejercicio libre y plural del periodismo es el elemento nodal, fundamental y definitorio de lo que es o no es una democracia.

Para mostrar el predominio de lo digital sobre el periodismo y la democracia, veamos el reciente “Informe anual de las redes sociales y las tendencias digitales” presentado en el pasado mes de enero, y elaborado por la agencia We are Social y Hootsuite, donde nos enteramos de que de los más de 7 mil millones de seres humanos que habitan el planeta, 4,950 millones (62.5%) son ya usuarios de Internet; que cada uno de esos usuarios dedica en promedio, cerca de siete horas al día al uso de Internet. Solo en nuestra región del Caribe, el número de usuarios aumentó en el último año un 55%. Mientras en Dominicana, de los once millones de habitantes, 8 millones 780 mil son usuarios de Internet

Este escenario confirma el predominio de las redes sociales y sus plataformas, buscadores y aplicaciones en el mundo en general y en el ejercicio del periodismo en particular. ¿Cómo va a afectar al periodismo y la democracia esta sociedad digital, definida como “aquella en donde la tecnología digital, es decir, la Internet, y todos los dispositivos que permiten la movilidad, interconectividad, y el procesamiento veloz de grandes cantidades de datos, son predominantes en la vida cotidiana de la gente?”

Para entender como llegamos hasta aquí, debemos hablar ahora de quienes la profesora Emily Bell, directora del Centro de Periodismo Digital de la Universidad de Columbia, ha llamado “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”; es decir, Facebook, Google, Apple y Amazon.

Como a confesión de partes relevo de pruebas, citemos declaraciones del cofundador de Facebook, Sean Parker: “Facebook fue creada para explotar una vulnerabilidad de la psicología del ser humano: la retroalimentación de la validación social”. Precisamente, el instrumento que rige esa validación es el LIKE, que ha venido a revolucionar la manera de auto valorarse de millones de seres humanos. Así, de aquel “tanto tienes, tanto vales”, pasamos a valer tanto como el número de likes, seguidores o visitas que podamos tener o recibir en nuestras redes.

El asunto no fuera tan grave si no existieran las cámaras de eco, las burbujas y algoritmos de Facebook. Una cámara de eco “es una situación en la cual, la información, las ideas o creencias son amplificadas por transmisión y repetición en un sistema cerrado donde las visiones diferentes o competidoras son censuradas o están prohibidas o minoritariamente representadas”. Esto no es nuevo, solo que ahora es masivo y dominante. Desde siempre a la gente le ha gustado “cocinarse en su salsa”. Nos sentimos cómodos hablando con quienes comparten no solo nuestras ideas, sino también y sobre todo nuestros prejuicios. Dios los cría y una cámara de eco los junta.

Son las cámaras de eco las que, al ofrecernos exclusivamente las informaciones que confirman y apoyan nuestras ideas, generan lo que los psicólogos llaman sesgos de confirmación, que es la humana tendencia a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma nuestras propias creencias o hipótesis. Es lo que explica que en una investigación del Centro de Investigaciones Pew, el 59% de los usuarios admite que los desacuerdos sobre política en las redes sociales les resultan frustrantes y estresantes. Y es que, el ser humano ama la certeza y teme a las sorpresas, por eso prefiere consumir la información que confirma sus opiniones. Todo esto se complica, con el hecho innegable de que Facebook es una empresa cuya rentabilidad depende de su capacidad de captar la atención del consumidor, que es el paso previo a consumir su publicidad. Por esto es fundamental que el usuario se sienta cómodo, y ya sabemos la comodidad y el confort ideológico que provocan las cámaras de eco y los sesgos de confirmación. Es precisamente esto lo que explica que Facebook haya diseñado sus ya tristemente célebres algoritmos, “un conjunto de instrucciones bien definidas, ordenadas y finitas que permite llevar a cabo una actividad mediante pasos sucesivos que no generen dudas a quien deba hacer dicha actividad”.

Con estos algoritmos, estas cámaras y estos sesgos se llega a una web personalizada, que es lo que en 2011 Eli Parise, cofundador de Upworthy acuñó como “burbuja de filtros”, que en el caso específico de su aplicación en Google, significa “que si dos personas hacen la misma búsqueda el resultado nunca será igual— significa que es menos probable verse expuesto a información que pone en duda o amplía nuestra visión del mundo, y menos probable encontrar hechos que refuten información falsa que otros han compartido”.

Es así como, con este nuevo ecosistema de noticias, y esta nueva manera de consumirlas en la Internet, entramos al peligroso terreno del fanatismo y la falta de reflexión, pues nadie defiende con tanta tozudez y vehemencia una idea como quien solo tiene una, y la comparte en su personal cámara de eco, con sus sesgos cognitivos y los algoritmos de Facebook.