“Una de las razones por las que la mayor parte de la gente percibe que está peor, aunque el PIB medio suba, es porque efectivamente está peor” afirman los prestigiosos autores de un informe titulado “Medir Nuestras Vidas”.
Esos autores son los dos premios nobel de economía, Joseph E. Stiglitz y Amartya. Además del reconocido economista francés Jean-Paul Fitoussi.
El objetivo del estudio consistió en demostrar las limitaciones del producto interior bruto (PIB) como indicador del progreso. Es algo que parece muy evidente en la economía dominicana, donde el PIB crece como si fuera motorizado por un milagro económico casi vertical, pero que igual no cambia el hecho de que la vida de una parte importante de la población se mantiene en el inamovible fondo del pozo de la pobreza y de la exclusión.
Según los informes del Banco Central, con algunas caídas y ralentizaciones, la economía dominicana ha mantenido una tasa de crecimiento envidiable, que ha llegado a alcanzar hasta 7.1% anual (en 2014). En 2013, este crecimiento fue de un 4.9% y hasta el 2019 se mantuvo fluctuando entre 4.7%
En comparación con la tasa de crecimiento de la población dominicana ese desempeño solo puede ser definido como impresionante. En 2015, la economía dominicana creció a una tasa 7 veces a la registrada por el crecimiento de la población.
En un contexto nacional en el que a las autoridades económicas y políticas les ha gustado abanderarse del alto crecimiento económico per cápita del país, cualquier ciudadano puede preguntarse si en 2015 su riqueza creció en más de 7 veces ese año. O con respecto a 2019, cuando, según el Banco Central, la economía creció en 5.1%, lo que equivale un crecimiento 5.63 veces en comparación con el crecimiento de la población, lo que en términos formales ha convertido al país en uno de renta media.
A usted, que lee este artículo… ¿en 2019 sus ingresos crecieron más o menos 5.63 veces? ¡Bienvenido a las estadísticas sobre el PIB!
La respuesta a esa pregunta le ubica entre los beneficiados del crecimiento, o entre una gran parte de la población excluida del soñoliento bienestar que refleja estadísticamente el crecimiento del producto bruto interno.
Explica Joseph E. Stiglitz: “El PIB no es una buena medida del bienestar. Lo que medimos afecta a lo que hacemos, y si medimos la cosa equivocada, haremos algo equivocado”.
Y entre esas cosas equivocadas destaca “solo concentrarse en el bienestar material, como es la producción de bienes, mientras se descuida lo importante, como lo es la salud, la educación y el medio ambiente”.
Algo muy común en la sociedad dominicana.
Lo que fue una ceguera persistente para las administraciones de gobiernos pasados, en el actual parece verse con los ojos bien abiertos, a juzgar por las palabras del actual ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, Miguel Ceara Hatton.
El 7 de septiembre pasado declaró: “Nosotros tenemos el firme compromiso de cambiar por completo el tratamiento de los territorios. Nosotros no podemos seguir evaluando el éxito del país en términos del crecimiento del Producto Interno Bruto”.
Además del territorio, está también la salud, que igual es muy territorial. En medio de la pandemia de la COVID-19 el tema de la salud ha pasado a ser la primera línea del frente de batalla para recuperar la economía y evitar pérdidas de vida.
Sobre este tema, en una entrevista realizada en julio pasado, el entonces próximo ministro de Economía, Miguel Ceara Hatton (puesto que ocupa en la actualidad) declaró: “La salud sería la prioridad necesariamente, y es una de las necesidades sentidas más importante en la población”.
En contraste con el “milagro económico” dominicano, la salud ha sido la cenicienta, pese a lo que diga el PIB. Un informe preparado por la Asociación por el Derecho a la Salud (Adesa) y divulgado en octubre de 2019, evidenció que la tendencia de los últimos 20 años de inversión púbica en el sector salud no alcanzó el 2% del PIB.
En contraste, los hogares se vieron obligados a pagar la mayor parte de su costo, mediante el gasto del bolsillo, que representó en promedio un 2.7% del PIB.
Todo eso, mientras el PIB crecía a todo motor.
Más recientemente, Rafael Santos, director del Instituto de Formación Técnica Profesional (Infotep) informó sobre un nuevo programa que se propone implementar esa institución formativa a favor de los denominados “ni-ni” (ni trabaja, ni estudia), a los que con más justicia rebautiza como “sin-sin” (sin trabajo, sin estudios).
El programa consiste, en sus palabras, en “enamorar” a esa población joven para que obtenga formación técnica profesional para que pueda conseguir trabajos de calidad, y que mientras estudian, con el apoyo de la cooperación internacional, se les entregará una ayuda económica de 5,000 pesos para sus gastos.
Medidas propias de una política de inclusión social, que de mantenerse en el tiempo y de forma institucional, crea capacitación laboral, reduce la pobreza y aumenta el empleo.
En el marco de su participación en la sección de Diálogo Libre, de Diario Libre, divulgado este lunes, estimó que el 36% de la población dominicana no tiene escolaridad ni trabajo.
Un porcentaje que supera la tercera parte de la población, en una economía con décadas de registrar crecimiento económico de hasta 7 veces la tasa de la de su población. El porcentaje es impresionante.
Un informe del Banco Mundial divulgado en 2016 reveló que “más del 21 por ciento de los jóvenes dominicanos entre 15 y 24 años se han quedado fuera del sistema educativo y la vida laboral, una cifra ligeramente mayor al promedio regional”.
Y que tres de cada cinco “ninis” en República Dominicana, eran mujeres y que el factor más influyente “es el matrimonio y el embarazo durante la adolescencia”.
Una economía que crece debe crear empleos de calidad. Pero según el Banco Central, al segundo semestre del 2020, los inactivos del mercado de trabajo sumaron más de 3.6 millones de personas, lo que representa el 77% de la población económicamente activa (PEA).
La economista Rosina Gammarano, de la Unidad de Producción y Análisis de Datos de la Organización Internacional del Trabajo, se pregunta en un artículo sobre los inactivos: “¿Qué tan inactivos son en realidad?”.
Sostiene que “la tasa de inactividad es una medida muy burda”. La considera incapaz de explicar los vínculos de las personas ajenas a la fuerza de trabajo que todavía mantienen con ella.
“La tasa de inactividad nos lleva a creer (principalmente a través de su nombre) que todas las personas ajenas a la fuerza de trabajo son inactivas, sin ningún interés o vínculo con el mercado laboral. Esto está lejos de ser siempre así”, declara.
En contraste, el Banco Central, en su informe sobre correspondiente al 2019, divulgó una tasa de desempleo de 3.5%, lo que estadísticamente convierte a República Dominicana en un paraíso laboral con una economía a toda marcha.