Completa, la “carta de Dios”, la más famosa misiva escrita por Albert Einstein

«La palabra Dios no es para mí más que la expresión y el producto de la debilidad humana», redactaba Einstein dos años antes de su muerte en esta epístola, cuyo precio estimado oscila entre entre 1 y 1,5 millones de dólares

Destinatario:

Señor Eric B. Gutkind

Dirección:

The Master Hotel

310 Riverside Drive

Nueva York 25, N. Y.

Fecha del sello postal:

5 de enero de 1954

Remitente:

Albert Einstein

Imagine recibir una carta cuyo origen es la pluma del mismísimo Albert Einstein. Quizás el máximo científico de la historia moderna. Y que en sus líneas leerá un agradecimiento y una crítica a su reciente libro. ¿Qué habrá sentido Eric Gutkind entonces?

Además, esa misiva garabateada en alemán se centra en algo esencial para la mayoría de los habitantes del mundo: Dios. Es, sencillamente, una pieza única de filosofía salida de la mente de un genio matemático. La carta fue escrita en enero de 1954 luego de que Gutkind le enviara un ejemplar de su reciente libro Choose life: the biblical call to revolt (Elige la vida: el llamado bíblico a la revuelta) que el autor le había enviado a Einstein.

El sobre que contenía la carta en la que Albert Einstein le respondía a Eric Gutkind por su libro sobre religión
El sobre que contenía la carta en la que Albert Einstein le respondía a Eric Gutkind por su libro sobre religión
Esta semana la epístola saldrá a subasta en Christies. Se estima que podría pagarse un millón y medio de dólares por ella. Pero el contenido no es exclusivo de aquel que vaya a quedarse con el manuscrito. Sino que es universal. La más famosa de las cartas de Einstein sobre Dios, su identidad judía y la eterna búsqueda de significado del hombre. Privada, notablemente sincera y cruda, la plasmó un año antes de su muerte y sigue siendo la expresión más plenamente articulada de sus puntos de vista religiosos y filosóficos.

A continuación, la traducción de la “carta de Dios”:

Princeton, 3 de enero de 1954.

Querido Sr. Gutkind,

Inspirado por la repetida sugerencia de (Luitzen Egbertus Jan) Brouwer, leí mucho sobre tu libro, y muchas gracias por enviármelo. Lo que más me impresionó fue esto: con respecto a la factual actitud hacia la vida y la comunidad humana tenemos mucho en común. Tu ideal personal con su anhelo de libertad libre de los deseos orientados al ego, para hacer la vida hermosa y noble, con un énfasis en el elemento puramente humano. (Esto nos une en tener una “actitud anti-estadounidense”).

Aún así, sin la sugerencia de Brouwer, nunca me hubiera sido posible engancharme intensamente con su libro pues está escrito en un lenguaje inaccesible para mí. La palabra Dios es para mí nada más que la expresión y producto de la debilidad humana, la Biblia una colección de honorables, pero aún primitivas, leyendas que de cualquier manera son bastante primitivas. No hay interpretación, sin importar cuán sutil, que pueda cambiar esto para mí. Para mí la religión judía, como todas las demás religiones, es una encarnación de la superstición primitiva. Y la gente judía, a la que orgullosamente pertenezco, y a los cuales tengo una profunda afinidad con lo que pienso, no tiene ninguna cualidad diferente para mí que todas las demás personas. En lo que refiere a mi experiencia, tampoco son mejores que cualquier otro grupo humano, no obstante que están protegidos del peor de los cánceres por una falta de poder. De otra manera, no veo nada “elegido” en ellos.

En general encuentro doloroso que tu digas tener una posición privilegiada e intentas defenderla con dos muros de orgullo, uno externo como hombre y uno interno como judío. Como hombre tu declaras, por así decirlo, una dispensación de la causalidad que de otra manera sería aceptada, como judío el privilegio del monoteísmo. Pero una limitada causalidad deja de ser cualquier tipo de causalidad, tal y como originalmente nuestro maravilloso (Baruch) Spinoza reconoció con toda claridad. Y las interpretaciones animistas de las religiones de la naturaleza en principio no son anuladas por la monopolización. Con todos estos muros solamente podemos atraer autoengaño, pero nuestros esfuerzos morales no se amplían con ellos. Sino al contrario.

Ahora, que abiertamente he hablado sobre nuestras diferencias en cuanto a convicciones intelectuales, es claro para mí que somos bastante cercanos en otras cosas esenciales, por ejemplo; en nuestras evaluaciones del comportamiento humano. Lo único que nos separa es el relleno intelectual o la “racionalización” en el lenguaje de (Sigmund) Freud. Por eso creo que nos entenderíamos bien si habláramos sobre cosas concretas.

Con cariñosos agradecimientos y buenos deseos,

Tuyo,

A. Einstein.