Los grupos sociales profundamente insatisfechos con la gestión gubernamental peledeísta y fatigados por la corrupción y la impunidad, confían en que podrán convencer a los partidos opositores de conectarse con las mayorías sin militancia partidista bajo compromisos para un gobierno de transición democrática y un nuevo modelo de desarrollo.
Un movimiento social
En los últimos meses proliferan los grupos sociales alentados por las masivas manifestaciones de insatisfacción, cuya mayor expresión es la Marcha Verde, bajo la premisa de que será necesario darle un contenido político para buscar restablecer las bases de la democracia, secuestradas por el peledeísmo, y poner en marcha un nuevo modelo de desarrollo económico social, sustentable y con mayores y mejores niveles de distribución.
Se nutren de la insatisfacción de la ciudadanía con el sistema partidista, registrado en las encuestas, tanto que la última de Mark Penn-SIN arrojó un 59% sin vínculo con los partidos. La insatisfacción se expande particularmente por las clases medias, con tasas de hasta 60% de los jóvenes que quieren irse del país, pero que no podrán porque las fronteras de la migración se están cerrando por todas partes y no podrá repetirse la égida de millón y medio de dominicanos de los últimos 50 años.
Algunos de los agrupamientos ya han salido a la luz pública como el Movimiento Independiente por el Rescate Democrático (MI-RD) que integra a reconocidos profesionales y artistas, como José Rijo, Manuel Jiménez y Paula Disla; y el Congreso Cívico, constituido por viejos luchadores democráticos, ambos con ramificaciones en diversas ciudades. También el Grupo Conciencia Nacional, que aglutina a personalidades como Eulogio Santaella, Enmanuel Esquea, Federico Lalane y Leopoldo Franco Barreras.
Expresan consciencia de que unificar la oposición social y política es una tarea muy difícil, y más aún la de competir con una corporación político-empresarial que no guarda el menor escrúpulo en el abuso de todos los poderes del Estado, como quedó documentado en las últimas elecciones presidenciales.
Las líneas fundamentales
Una decena de grupos sociales ya tienen bajo consideración unos “lineamientos básicos para un gobierno de transición democrática que siente las bases de un nuevo modelo de desarrollo económico y social”, con 12 prioridades políticas e institucionales y 7 económicas y sociales. Persiguen restablecer las prácticas democráticas, promoviendo la separación de los poderes del Estado, la independencia de la justicia y de los mecanismos de control y fiscalización, y declarando “guerra total a la corrupción y la impunidad”.
El proyecto plantea respuestas a las principales preocupaciones de la sociedad reflejadas en las encuestas, desde la corrupción y la impunidad, a la inseguridad ciudadana, el desempleo, el control de la inmigración y el colapso de los servicios de salud, de la seguridad social y del transporte, entre otros. Recoge la demanda de un nuevo modelo de desarrollo económico-social, que revierta el deterioro de la fiscalidad y el desbordamiento del endeudamiento, reivindicando los pactos fiscal y eléctrico dispuestos por la Ley de Estrategia de Desarrollo para promover la producción, la productividad y las exportaciones.
En la concertación de los lineamientos han participado personalidades de los ámbitos empresariales, religiosos, profesionales y comunitarios, economistas, politólogos, sociólogos y comunicadores que de alguna forma se movían en grupos ciudadanos, con la meta de salir a la luz pública a más tardar en octubre.
Imposible competencia
Los concertadores sociales reconocen lo difícil que es en el país montar un frente electoral amplio, por la enorme diversidad de la oposición, porque todos los dirigentes creen que solo pueden ser candidatos presidenciales, por el predominio de los intereses individuales sobre los nacionales y hasta por la capacidad demostrada de los peledeístas y su inmenso ejército de comunicadores para intrigar y mantener separados a sus opositores utilizando el poder estatal, financiero y de los organismos electorales.
Aparte de los compromisos programáticos, se basan en que no hay posibilidad de competencia democrática, por el abuso del poder estatal en las campañas electorales, lo que en el 2016 fue reconocido tarde por los candidatos presidenciales opositores cuando a dos semanas de la votación acudieron a la Junta Central Electoral para formular reclamos, y ni siquiera lograron ser recibidos por el dirigente del PLD que presidía ese organismo.
Los informes del movimiento cívico Participación Ciudadana (PC) documentaron cómo el Gobierno en pleno, más de 30 altos funcionarios, se lanzó por todo el país, a promover las candidaturas del PLD, que acaparaban tres cuartas partes de la publicidad y duplicando el gasto publicitario del Estado, con decenas de miles de empleos temporeros de activistas políticos y la manipulación de los programas sociales. El presidente Medina “puso en marcha” la extensión de la segunda línea del metro, que apenas empezó a operar dos años después. La inversión y el gasto del Gobierno se concentraba en provincias y municipios donde las encuestas daban más posibilidad a la oposición.
Municipios y el Congreso
El resultado electoral del 2016 mostró que si los partidos de oposición hubiesen concertado candidaturas siquiera en los niveles congresuales y municipales, la concentración del poder peledeísta sería menor, y hasta que los emergentes o minoritarios habrían podido conseguir algunos municipios para implementarlos como modelos, y más de los dos diputados que lograron.
En cuanto a las candidaturas presidenciales, Danilo Medina con el 62%, y Luis Abinader con 35, acapararon el 97% del sufragio, las restantes 5 apenas el 3%, justo la proporción del gasto de campaña que le arrojó la observación de PC. Y de estos solo Guillermo Moreno pasó del 1%. Las perspectivas no apuntan a un cambio significativo en las posibilidades de competencia.
“Ni todos los partidos de oposición juntos desprenden del poder a la corporación PLD”, sostienen activistas sociales, quienes creen que hay que importantizar todas las candidaturas congresuales y municipales, con los mejores candidatos provenientes de los partidos y de los ámbitos sociales. En todos los medios se advierte que la oposición carece de un “líder carismático” que la una y enfervorice a la sociedad, pero eso podría convertirse en ventaja para la concertación y, en caso de una victoria, para que otro presidente no se constituya de inmediato en caudillo insustituible que ignore los compromisos para pretender entronizarse y prolongarse en el poder.
Tropiezo reciente por la Ley de Partidos
Nadie puede ignorar los obstáculos a superar para alcanzar un amplio frente político social. De hecho, los 11 partidos que venían concertando oposición desde los últimos comicios, acaban de tener un tropiezo por la transacción que hizo el mayor, el Revolucionario Moderno (PRM), en aras de la Ley de Partidos, que no fue aceptada por el resto, los cuales publicaron un comunicado de diferenciación y rechazo, aunque no cerraron las puertas a proseguir concertando.
Primero tendrían que restaurar la confianza, lo que corresponderá al PRM, especialmente el sector de Luis Abinader, que luce con mayor posibilidad de alcanzar la candidatura presidencial. Este y varios de sus dirigentes han planteado repetidas veces la necesidad del frente político-social, como lo han hecho otros, en especial Guillermo Moreno y Eduardo Estrella. Más allá de lo que puedan representar los partidos minoritarios, la unidad de propósitos y candidaturas abriría expectativas y participación social que multiplicaría sinergias y votos.
El desafío es grande para todos los insatisfechos con el rumbo de la nación, en los partidos y en la sociedad, pues tendrían que superar la desconfianza, el sectarismo, la prepotencia de quienes se consideran mejor posicionados y las ambiciones individuales para superar el inmovilismo y el pesimismo, especialmente de las mayorías jóvenes.