Isabel II y Meghan Markle, la nueva relación especial

Las muestras de complicidad entre las dos mujeres resultan insólitas en la monarca, acostumbrada a no exhibir emociones en público

Meghan Markle y la Reina Isabel II en la ceremonia de la apertura del puente Mersey Gateway el pasado 14 de junio en Widnes, Reino Unido. Max Mumby/Indigo Getty Images
La reina Isabel II evita exhibir emociones en público. Se trata de una costumbre que hace la vida más sencilla a la monarca. Si se ríe en una ocasión, la gente se preguntará por qué no se ha reído en la siguiente. Mejor agarrarse a la cara de póker. La espontaneidad es para los advenedizos: ella lleva 67 años en el trono. Por eso resultó tan sorprendente el alarde de naturalidad que la nonagenaria reina exhibió durante su primer día de trabajo oficial con Meghan Markle, su nueva nieta política, que empezaba así su oficio como de miembro de la casa real.

Fue una visita a Cheshire, en el noroeste de Inglaterra, el pasado jueves. La exhibición de simpatía tuvo su punto álgido mientras las dos mujeres asistían a una función protagonizada por un grupo de escolares. Meghan se inclinó sobre la reina, le susurró algo al oído y la reina se echó a reír. Entonces Isabel II realizó una especie de imitación de un gesto de los niños durante la representación y volvió a reírse.

Insólito. Las muestras de complicidad se sucedieron durante toda la jornada, que estuvo precedida por un regalo que la reina envió la víspera a la flamante duquesa de Sussex: unos pendientes de perlas y diamantes, que su nieta política lució durante todo el día.

Aparecieron en tres eventos juntas, incluido un paseo saludando a miembros del público. No es algo habitual, menos aún solo un mes después de casarse. Que se lo pregunten a Kate Middleton: la duquesa de Cambridge, esposa del segundo en la línea de sucesión al trono y madre del tercero, la cuarta y el quinto, quien no acompañó sola a la reina en una salida oficial hasta un año después de casarse en 2011.

Para mayor escarnio, resulta que Meghan viajó con la reina nada menos que a bordo del tren de la Corona. Ser invitado al tren real es un nivel de intimidad superior. Construido para la reina Victoria en 1840, y siempre en el punto de mira de los diputados más ahorradores, es el medio de transporte favorito de Isabel II. Solo ella, el duque de Edimburgo, el Príncipe de Gales y Camilla tienen derecho a utilizarlo. Se cree que ni Enrique, ni Guillermo han viajado nunca en él. Kate Middleton, por descontado, aún sigue esperando semejante honor.

El lenguaje corporal, los gestos. Todo indica que la exactriz californiana y la monarca británica están construyendo una auténtica relación especial, término utilizado desde Churchill para referirse a la estrecha alianza política, militar, cultural y económica entre Reino Unido y Estados Unidos, que hoy, a merced de los titubeos del presidente Trump y del repliegue británico con el Brexit, no atraviesa su mejor momento.

Mucho se ha especulado sobre las bases de esta nueva e inesperada versión de la relación especial. Monarca desde los 25 años, acostumbrada a hacerse valer en un mundo de hombres poderosos, muchos ven lógico que la reina sienta atracción por una mujer hecha a sí misma, fuerte y comprometida como Markle. Y, como cualquier abuela, debe de mirar con buenos ojos a la mujer que hace feliz a quien dicen que es su nieto predilecto.

Un elemento clave en su relación ha sido el amor compartido por los perros. Algo que no debería ser subestimado, según contó el biógrafo real Christopher Andersen a The Daily Beast. “Todos en la familia real, sin excepción, detestan a los corgis de la reina, y el odio es correspondido”, aseguró. “Carlos, Felipe, Andrés, Eduardo, Guillermo, Enrique, todos han dicho públicamente que no pueden soportar a los perros de la reina. Ladran, muerden, hacen pis por todos lados y son famosos por correr por la habitación y hacer a la gente tropezarse. Pero aman a Meghan”.

La californiana provocó una rendición casi súbita de los temidos canes. Ella misma contó que, cuando acudió al palacio de Buckingham a tomar el té con la reina, semanas antes de comprometerse con su nieto, los perros se pasaron todo el rato acurrucados a sus pies. “He pasado los últimos 33 años siendo ladrado. Y ahora esta entra, y absolutamente nada”, confirmó el propio Enrique en la BBC.

El amor perruno parece ser recíproco. Hay fotos de un perro sospechosamente parecido a Guy, el beagle de Markle, sentado junto a Isabel II en el coche cuando iba a Windsor antes de la boda. “La reina prácticamente lo ha adoptado”, confirmaba Andersen.

Por supuesto, será difícil saber cuánto hay de personal y cuánto de profesional. Moderna, de raza mestiza, divorciada, con un perfil público previo a su compromiso con Enrique, la propia presencia de Meghan supone un nuevo impulso al que agarrarse para dar vigor a la institución. La nueva incorporación parece un buen negocio para una familia real, los Windsor, famosa por su proverbial instinto de supervivencia.