El candidato y los grandes directivos de México han escenificado un acercamiento ante un posible triunfo del líder de Morena el 1 de julio y después de semanas de ataques entre ambas partes
La relación entre Andrés Manuel López Obrador y la élite empresarial de México ha dado un giro radical en los últimos días. Después de semanas de ataques cruzados, ambas partes han sellado una aparente paz a menos de un mes de las elecciones del 1 de julio. La posible victoria del líder de Morena ha propiciado el acercamiento de los empresarios, deseado por el candidato y sus colaboradores, convencidos desde una premisa: los grandes empresarios no te hacen ganar, pero te facilitan gobernar.
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La sensación de inevitabilidad de una victoria de López Obrador que auguran las encuestas –la mayoría le otorga una ventaja de casi 20 puntos a tres semanas de la elección- propició el encuentro entre el candidato y el Consejo Mexicano de Negocios (CMN), la plana mayor empresarial del país, celebrado el pasado martes. Los altos directivos lo hicieron coincidir con una ronda de conversaciones con el resto de candidatos, pero ninguna tuvo la trascendencia de esta.
El encuentro duró casi tres horas y fue más racional que emocional, apuntan tanto colaboradores cercanos a López Obrador como a varios de los empresarios asistentes, una treintena en total. La reunión, no obstante, no estuvo exenta de reproches. Alejandro Ramírez, primer ejecutivo de Cinépolis, leyó una carta en nombre del CMN en la que mostraba su preocupación por algunos planteamientos de López Obrador, como la posible derogación de las reforma educativa y la energética o el futuro del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, una operación criticada por el candidato. En su intervención, Ramírez describió una imagen intachable de la élite empresarial y tendió la mano a López Obrador: “Si usted es electo presidente, lo vamos a respetar y lo vamos a apoyar. Usted quiere cambiar a México. Si llega a ser presidente, queremos ayudarlo a cambiarlo con una visión de país compartida. Comencemos a construir un puente que cierre la distancia que hoy nos separa”.
“Esto cambió completamente”, es la conclusión que se traslada desde ambos lados de una u otra manera. “Por interés o por convicción, tenemos que cerrar filas”, resume un colaborador cercano al candidato. López Obrador se mostró cauto a la hora de ensalzar a los grandes directivos, pero lanzó varios mensajes tranquilizadores tras la reunión. Sustancial fue el que se refería a la renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLC), cuyo estancamiento preocupa a los grandes directivos y al equipo del candidato, que ve en una posible ruptura de las conversaciones y la consiguiente inestabilidad económica, uno de los mayores riesgos antes del 1 julio. “Al triunfar, vamos a apoyar al Gobierno del presidente Peña Nieto para que la negociación con Estados Unidos no nos perjudique, sino que beneficie a México. Tenemos que unirnos en ese tema”, zanjó López Obrador.
La reunión con los grandes directivos mexicanos culmina un proceso de acercamiento y apaciguamiento del equipo de López Obrador con el sector económico mexicano y con inversionistas extranjeros. Mientras los segundos consideran que una hipotética victoria del líder de Morena no desestabilizará la economía, el recelo en México nace desde lo ideológico. La figura de López Obrador no convence. O, al menos, no lo hacía.
El empresario Alfonso Romo ha sido el encargado de liderar esta tarea. Coordinador del programa de gobierno del candidato, durante meses se ha reunido con centenares de directivos, desde pequeños y medianos hasta finalizar con los más poderosos. Al mismo tiempo, Graciela Márquez, Carlos Urzúa –propuestos por López Obrador para ocupar las secretarías [ministerios] de Economía y Hacienda- y los economistas Gerardo Esquivel y Abel Iber han hecho lo mismo con un centenar de directivos de fondos de inversión de todo el mundo. “Es la gente que a corto plazo puede alterar el tipo de cambio y los flujos de capital”, admite Urzúa, quien destaca los encuentros con Larry Flink, presidente de BlackRock y con Justin Leverenz, de Oppenheimer Funds. “Se trataba de informar, de resolver dudas, de que quede claro que no se trata de un programa de izquierda, más bien de centro izquierda”, resume.
El encuentro del martes supone un punto de inflexión a menos de un mes de la cita con las urnas. Las semanas previas estuvieron marcadas por la sucesión de ataques entre los empresarios y el líder de Morena. El segundo hombre más rico del país, Germán Larrea, pidió en una carta a sus empleados votar contra “un modelo populista”. En referencia implícita a López Obrador, el presidente de Grupo México, aseguró que el país “requiere de un voto razonado, inteligente y a conciencia”. Poco después, Alberto Baillères, el rey de la plata y tercer hombre más rico del país, según Forbes, se unió a la ofensiva. López Obrador tampoco se quedó a la zaga y acusó en repetidas ocasiones a esta élite de hacer “negocios al amparo del poder” y de ser traficantes de influencias. “Estas descalificaciones nos hieren y nos ofenden profundamente, porque, al igual que usted, amamos a nuestro país”, aseguró Alejandro Ramírez.
En su tercer intento por lograr la presidencia de México, el líder de Morena se ha vuelto a topar con el escollo de la élite económica. Los empresarios más poderosos del país bendijeron la designación de José Antonio Meade como candidato del PRI. El exsecretario de Hacienda era un hombre de su confianza y, por encima de todo, una garantía para mantener el statu quo. En la medida en que Meade nunca ha terminado de despuntar en las encuestas, relegado hasta ahora a una tercera posición por la mala imagen del PRI, sacudido por la corrupción y el rechazo al Gobierno de Peña Nieto, acaso el partido con más votos en esta elección, el poder económico se volteó hacia Ricardo Anaya. El aspirante del Frente, una coalición que abarca la derecha del PAN y una parte de la progresía que aún conserva el PRD y Movimiento Ciudadano, se convirtió en la opción menos mala: su ambición de poder desmedida no gusta entre los empresarios de más peso, pero su promesa de mantener una línea económica ortodoxa, es una garantía. “Falta terminar de tejer la confianza, pero ya no va a haber confrontación”, confía un asesor cercano a López Obrador sobre la relación con la élite empresarial.