La Copa Davis tiene 118 años de historia. Yo comencé a jugarla en 1967 y la disfruté y sufrí durante catorce años. También como capitán después. Y desde entonces, poco ha cambiado. Pero sí que lo ha hecho el mundo del deporte, el circuito ATP y la sociedad en general. Antes, todos los tenistas querían participar en la competición por países, pero es una evidencia que los mejores cada vez le dan más la espalda. España acaba de ganar una eliminatoria en Marbella a Gran Bretaña y no estaban Rafa Nadal ni Andy Murray. El ambiente fue excepcional, pero la Davis sufre sin las estrellas.
Algo había que hacer. Porque se suman más factores en contra. Las dos eliminatorias después de un Grand Slam (Australia y US Open) provocan que si un tenista llega a las rondas finales se le haga muy difícil meterse en un viaje con cambio de superficie y partidos a cinco sets la semana siguiente. Nadal ya ha alzado su voz para alertar sobre las cada vez más graves y frecuentes lesiones.
Por parte de los aficionados, y en comparación con otros deportes, se hace complicado que alguien aguante ocho horas sentado. En la grada o delante del televisor. Y se da la circunstancia de que puede llegarse a un tercer día con todo resuelto. Las federaciones nacionales obtienen dinero cuando la Davis se disputa en casa, pero es algo aleatorio. España venía de encadenar ocho eliminatorias fuera. Para cada cruce, además, se debe habilitar un recinto con el coste que ello conlleva… Son muchos los factores que vienen jugando en contra de la vieja Ensaladera.
Por eso el proyecto de Gerard Piqué y la ITF me parece que puede ser una solución, aunque sea otra cosa, a la manera de un Mundial de fútbol. Fijando una semana al año, creo que puede ocurrir como con los Juegos Olímpicos, que todos estén dispuestos a estar allí, a lo que también ayudará más dinero en premios.