Roger Federer, que tiene un Stradivarius en su raqueta, siempre se ha confesado fan de AC/DC y de la guitarra de Angus Young. Y como la mítica banda australiana, se empeña en seguir de gira. En continuar llenando estadios mientras el cuerpo aguante. Lanzado por sus títulos en Australia y Wimbledon el año pasado (su último Grand Slam lo había logrado en el All England Club en 2012) y de su nuevo éxito en Melbourne en enero, el suizo decidió darse un homenaje en Rotterdam. No tenía programado jugar allí, pero acabó Australia fresco, Rafa Nadal había quedado varado en cuartos dejándose puntos y trazó un plan. Echó cuentas y se lanzó. Si pedía una invitación para el ATP 500 (pista dura y cubierta, como anillo al dedo) y llegaba a semifinales, estaría por cuarta vez en lo más alto.
Aunque las dos leyendas llegaran a declarar que ya no juegan por el ranking, el ranking sí importa. Levantar el dedo índice y marcar territorio da lustre. Mirar a todos por el retrovisor gusta. Lo demuestran las lágrimas de Federer en el Ahoy Arena. Para él, era otro reto que se le abría a una edad (36 años) en la que ya parecía imposible retornar a lo más alto. Andre Agassi reinó con 33 años y Nadal recuperó el cetro ya a los 31. Los cinco años y 106 días que han pasado desde que el suizo bajara del pedestal por el empuje de Novak Djokovic es el periodo más largo que ha transcurrido entre ceder el número uno y recuperarlo. Ahora se abre otra carrera que se presenta emocionante. Entre Indian Wells y Miami, defiende 2.000 puntos y Nadal 690. El caníbal también querrá volver a disfrutar de la cima.