Con menos gloria que de costumbre y una pizca de suerte por los problemas que han obligado a abandonar a Hyeon Chung, su rival en semifinales, Roger Federer jugará este domingo (09:30, Europsort) su final de Grand Slam número 30 (por sexta ocasión sin haber perdido un solo set). Será la séptima en Melbourne, una cifra que le convierte en el tenista de la Era Open (desde 1968) que más veces la ha alcanzado en el major oceánico, por delante ya de Novak Djokovic, que se queda con seis. El suizo ganaba 6-1 y 5-2 cuando el coreano, que había pedido un tiempo muerto médico poco antes, se retiró con ampollas en el pie izquierdo.
Federer parece lanzado a por su 20º gran título, con permiso de Marin Cilic, otro jugador que llega descansado a la última cita tras encontrarse con la retirada de Nadal en cuartos (por culpa de esa lesión en el innombrable psoas-iliaco) y la merma de Edmund (cadera) en semifinales. Pese a la desgracia de Chung, justo es reconocer la seriedad del helvético a la hora de encarar un partido peligroso ante un chico al que saca casi 15 años y que llegaba crecido tras eliminar en octavos a su ídolo, Djokovic. No sonrío en ningún momento y jugó a una velocidad imposible de seguir para un chico aún en desarrollo, que se vio totalmente sobrepasado. Lo intentó con un break de salida en contra y tuvo bola de rotura, pero a partir de ahí le llevó por delante un vendaval. Y cuanto más soplaba el viento, menos resistencia podía oponer él con su pie ya molestándole. Además, enfrente tenía una máquina de servir que llevaba nueve aces cuando se interrumpió el partido.
Extrañaba ver a Chung cometer fallos que no se había permitido en partidos anteriores, y sobre todo no hacer siquiera ademán de ir a por los golpes potentes y precisos que le colocaba Federer. Fue la misma sensación que tuvimos en días anteriores con Nadal y Edmund, señal de que algo no iba bien. Una pena, porque se esperaba un duelo generacional entretendio, aunque pocos dudasen de la victoria del veterano, que pulveriza récords de longevidad.