Si se hiciera una radiografía, investigación y diagnóstico de cómo se ejercita y acciona la vida política en República Dominicana, posiblemente nos llevemos los más espeluznantes y aberrantes anti testimonios que jamás pudiera una sociedad civilizada imaginarse.
Ese estudio investigativo, hipotéticamente, pudiera arrojar que tenemos estilos, criterios y formas rústicas, salvajes, canibalescas e inhumanas de competir en la actividad política, tanto a lo interno de cada partido como frente a las demás entidades políticas, con honrosas excepciones.
Lo más sorprendente es que quienes de esa forma actúan, no sólo son los iletrados o analfabetos informales, sino ciudadanos y ciudadanas que vienen de adquirir un título o una profesión de cualquiera de nuestras universidades, y que, a la hora de engancharse a político, y sobre todo a candidatos, abandonan lo que pudo ser su aquilatado proceso educativo e instructivo para lucir y presentar a la opinión pública y a toda la población su capacidad de manipulación, maniobras clientelares, trucos, chicanas, estrategias y tácticas venenosas.
Ante ese panorama medieval, inquisidor, afrentoso y lleno de traición; golpes bajos, tretas, trampas y mentiras hay que, de manera impostergable e irremisible, poner en práctica una educación que transforme las estructuras dirigenciales y la membresía de los partidos políticos y la estructura de la sociedad misma.
Si hacemos la pregunta, ¿Qué es educar? Cabría idóneamente citar a tres forjadores de ideas universales, dando cada uno su parecer al respecto: Jean Piaget, plantea que educar “es forjar individuos capaces de una autonomía intelectual y moral y que respeten esa autonomía del prójimo, en virtud precisamente de la regla de la reciprocidad”, mientras que, Immanuel Kant, expresa: “educar es un arte cuya pretensión central es la búsqueda de la perfección humana” y Augusto Comte, nos dice que “la educación es la manera de aprender a vivir para otros por el hábito de hacer prevalecer la sociabilidad sobre la personalidad”.
Lo que significa que el desafío educativo está en educar de forma simultánea al hombre y al ciudadano. Educar para tener claro que se ha de gobernar para la instauración de una nueva clase política, capaz de construir una nueva sociedad que genere hombres y mujeres nuevos, para socialmente convivir en un ambiente de civilidad, institucionalidad, justicia, democracia participativa, libertad, comunicación dialógica, esperanza, ética, moral y paz.
Estoy convencido que para liberarnos del fardo y lastre de la ignorancia, tozudez, intolerancia, mezquindad, egocentrismo, caciquismo, transfuguismo, corrupción y deslealtad que prevalece en un alto porcentaje de la clase política de nuestro país, se hace urgente y necesario que cada partido político tenga una escuela de formación política, que no solo instruya a sus militantes y miembros en la educación, sino también en los valores y principios humanos, patrióticos, cristianos, de ciudadanía y de identidad de su nación.
Para descontaminar y adecentar la acción política, ampliamente cuestionada y seriamente erosionada en su imagen, llamo a las iglesias católica y protestante, a la sociedad civil organizada y a los responsables de medios de comunicación a aunar esfuerzos para que en colaboración o de manera independiente a las escuelas de formación política de los partidos del sistema, colaboren y presten sus mejores servicios, a través de sus pedagogos y educadores, siempre con el espíritu de salvar nuestra nación y evitar el descalabro definitivo y total, como parece que se avizora si no le ponemos fin.
Asumamos la ingente, oportuna y necesaria misión de sanear y limpiar la acción política abrazando la educación integral y totalizante, para prohijar un Estado y gobierno justo, humano, solidario, ético y responsable.