SAN MARTÍN. Preguntó nerviosa a una de las azafatas si era cierto que el vuelo estaba cancelado y, al recibir la respuesta, su semblante cambió de inmediato. El avión no podía despegar porque el aeropuerto carecía de luces en la pista de aterrizaje y era imposible pilotear en esas condiciones.
“Ya me quedé”, dijo Adalgisa Berroa, una de los 18,000 dominicanos que viven en San Martín, isla que tras el paso del huracán Irma quedó prácticamente devastada el pasado 6 de septiembre. Buscó algo en su bolsa, y le dijo a la señora que estaba a su lado que lo importante es tener salud, y en comparación con lo que había pasado, un día más no haría la diferencia.
“Yo fui una de las que buscaron ayuda del gobierno, pero no recibí nada”, narró. Al día siguiente del huracán, se quedó solo con la ropa que tenía puesta, su celular, documentos personales y 300 dólares que luego le fueron sustraídos mientras cargaba su teléfono en una compañía de energía eléctrica que proveía el servicio.
“La señora con la que trabajaba se fue de la isla antes del huracán, no tenía a nadie. Hace una semana fue que supe que había una línea (aérea) dando vuelos gratis, pero como no tenía energía eléctrica ni internet, no me enteré”, dijo Adalgisa, quien asegura que trabajará hasta “planchando camisas con la espalda” para no volver a San Martín.
Magnely Vivieca, una peluquera dominicana que tomó el primer vuelo hacia San Martín desde Santo Domingo después del embate del huracán Irma, volvió a la isla feliz porque buscaría a su hijo de 5 años luego de más de un mes sin verlo.
A su llegada ignoraba el estado de su casa y de su negocio. “Perdí mi carro, pero lo material se recupera con trabajo, lo importante es que sé que mi bebé está bien. Llegué para llevármelo hasta que la situación mejore”, afirma. La isla se levantó de los desastres causados por el huracán Luis, que la azotó en 1995 y en esta ocasión, con Irma y María, no habrá mucha diferencia.