Nadal aplasta a Anderson y alza su 16º Grand Slam en Nueva York

Siempre está ahí. Desde hace doce años. Desde ese 2005 en el que asombró al mundo con 19 primaveras en Roland Garros. Entonces, Rafa Nadal comenzó una carrera contra todo. Contra las previsiones de que solo era un jugador de tierra. Contra los augurios de que su físico no aguantaría una carrera larga. Contra Roger Federer, que ya había ganado cuatro ‘grandes’ entonces… En lucha frente a la predicción de que no volvería arriba después de dos campañas sin alzar un Grand Slam, triunfó en junio en París. Y otra vez, un 10 de septiembre de 2017 y con 31 años, firmó ayer su 16º Grand Slam. Diez Roland Garros, dos Wimbledon, un Abierto de Australia y tres US Open después de talar al gigante Kevin Anderson: 6-3, 6-3 y 6-4 en 2h:27.

Nadal sí estaba, presto a volver a conquistar Nueva York tras sus triunfos en 2010 y 2013, mientras Andy Murray, Novak Djokovic y Stanislas Wawrinka curaban en casa lesiones y ordenaban su mente frente a a la resurrección del español y de un Roger Federer que cayó frente a Juan Martín del Potro en cuartos antes de que Nadal laminara al argentino.

Kevin Anderson, favorecido por las ausencias por su lado del cuadro, se plantó en la final de un Grand Slam desde el número 32º del mundo (sube al 15º), apoyado en su saque (más de 5.400 aces acredita en su carrera) y su 2,03 de altura. Pero, compañero de quinta de Nadal, sólo luce en su palmarés los torneos de Winston-Salem, Delray Beach y Johanesburgo. Tenía ante sí una tarea titánica.

Porque enfrente se encontró un titán, sí. Al número uno, que ha sostenido su posición en Queens y se marcha con 1.820 puntos más. En el primer parcial, Nadal se aculó casi en el fondo para descifrar los saques y sometió a una tortura al sudafricano. A la quinta bola de break, rompió para 4-3. Y después para 6-3. Anderson, que sólo había cedido cinco veces su servicio en todo el US Open, ya tenía dos mordiscos en 58 minutos. En el segundo parcial, el español fue elevando más su nivel. Rápido de piernas, contundente con el drive, agresivo. Fue diluyendo a Anderson. Bastaron 38 minutos. Y 50 en el tercero. Acabó con sólo 11 errores no forzados y no cedió ni una bola de break. La diferencia fue mucha.

En el puerta de entrada del National Tennis Center, donde el balear cerró el círculo del Grand Slam conquistando los cuatro en 2010, se puede leer una frase de una estrofa de New York, New York, de Frank Sinatra: “Quiero despertarme en la ciudad que nunca duerme siendo el rey de la colina, el número uno. Si lo puedo hacer aquí, lo podré hacer en cualquier sitio”. Nadal lo hizo aquí. No ganaba un torneo en pista rápida desde hace casi cuatro años, en Doha 2014. Y lo puede seguir haciendo en cualquier sitio. Dieciséis veces grande ya.

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