Rafael Nadal se ha plantado en la final de Roland Garros sin ceder un solo set. Ya lo hizo en el mágico 2008. Aquel año conquistó impoluto la Copa de los Mosqueteros, que remató con un 6-0 en el último parcial a Roger Federer. Poderoso. Hace unos días, Toni Nadal comparaba a este Rafa con aquel arrollador tenista que todavía jugaba sin mangas. Este viernes, como entonces, ha terminado su semifinal ante Dominic Thiem con otro rosco: 6-0. El austriaco no ha jugado mal, pero el español le ha triturado la moral hasta reducirle a cenizas, como tantas otras veces hizo con tantos rivales. Thiem es el único que ha logrado derrotarle este año en tierra, un emergente tenista de 23 años a quienes muchos especialistas y aficionados sitúan en el número uno en un plazo corto. Lo será, posiblemente. Pero aún hay unos treintañeros que se resisten.
Nadal, que sopló 31 velas el reciente 3 de junio, es uno de esos treintañeros. Otro de ellos se llama Stanislas Wawrinka, de 32, su rival en la final del domingo. El suizo se fraguó a la sombra de su compatriota Federer hasta que decidió volar con sus propias alas. Stan ‘The Man’ ha llegado a tres finales de Grand Slam y las ha ganado las tres. La primera, de ingrato recuerdo para los seguidores españoles, fue en el Open de Australia 2014 ante un renqueante Nadal. Después también se echó al zurrón la Copa Davis 2014 (junto a Federer, por supuesto), Roland Garros 2015 y el US Open 2016. En los años de dictadura del Big Four, Wawrinka ha sido uno de los pocos que ha logrado alzarse a los tronos de Federer, Nadal, Djokovic y Murray. También lo hicieron Del Potro y Cilic, aunque en una sola ocasión. Murray fue su víctima en semifinales, por cierto. Este Nadal parece imbatible, pero Wawrinka es una roca competitiva. Hay final.