Este fin de semana ha arrancado el Mutua Madrid Open, una de las joyas del calendario de tenis. Nadal, Muguruza, Djokovic, Murray, Kerber, Wawrinka… Están casi todos los que son. Y como muchos años por estas fechas, paralelamente a la competición han surgido otras polémicas. La última ha sido la denuncia del Ayuntamiento de Madrid contra lo que considera un convenio desproporcionado: la aportación municipal se inició en 1,5 millones y ha alcanzado los 10,4. En ocasiones anteriores también se habló del sobrecoste de la Caja Mágica: 294 millones ante los 140 presupuestados. O de las deficiencias arquitectónicas. O del poco práctico techo móvil. O de la huida del Real Madrid de básquet por la escasez de público. O del mínimo uso durante el resto del año. O de la tierra azul y escurridiza.
Algunas de estas críticas o acusaciones son razonables, en todo o en parte. El Masters llegó a Madrid en pleno sueño olímpico, en pleno esplendor económico, que justificaba casi todo. Ahora vivimos en una situación diferente y aquellos desfases se miran con recelo. En la balanza, sin embargo, hay que colocar también las cosas buenas, que son infinidad. Un reciente estudio de la Universidad Europea concluyó que el torneo de 2016 supuso un impacto de 93 millones para la capital, que el gasto medio del espectador fue de 298,84 euros, que el 16% de los asistentes eran extranjeros, que se crearon 3.713 empleos directos e indirectos, que la Hacienda Pública ingresó 17,45 millones en impuestos… El deporte de élite proyecta imagen, difunde valores y genera riqueza. El tenis de Madrid lo hace. A pesar de sus pecados.