París- El centrista proeuropeo Emmanuel Macron y la ultraderechista Marine Le Pen disputarán el 7 de mayo la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, un duelo que castiga a los dos partidos tradicionales.
Es la primera vez, en casi 60 años, que la derecha estará ausente de la segunda vuelta y la primera que no habrá representantes de los dos grandes partidos que dominan la política desde hace medio siglo: los socialistas del presidente saliente François Hollande y los conservadores.
La elección será diáfana, sin riesgo de confusión ni puntos de conexión entre los aspirantes, dos propuestas antagónicas para el futuro de Francia y de Europa. Emmanuel Macron, del nuevo partido En Marcha!, es el más votado en la primera vuelta de las elecciones francesas del 23 de abril. Le sigue Marine Le Pen, candidata del Frente Nacional. Ambos se enfrentarán en la segunda vuelta, el 7 de mayo. El próximo presidente será o bien un exbanquero con escasa experiencia y un mensaje europeísta y liberal, o la heredera de la ultraderecha, partidaria de salir de la Unión Europea. Macron parte como claro favorito para la segunda vuelta, según los sondeos, y ha recibido el apoyo de sus rivales socialista y conservador. El izquierdista Jean-Luc Mélenchon eludió pronunciarse.
La clasificación de Macron, de 39 años, y Le Pen, de 48 años, en la primera vuelta de las elecciones deja fuera a las dos grandes familias políticas francesas —la socialista y la gaullista— por primera vez desde que se fundó la V República en 1958. Pone cara a cara a dos candidatos que reniegan de la etiqueta izquierda y derecha y aspiran a ser transversales. Aunque Le Pen esté genética y filosóficamente adscrita a la tradición de la derecha extrema autóctona. Y aunque sea indisimulable la filiación de Macron —criado políticamente en el Elíseo del presidente saliente François Hollande— con el centroizquierda socialista, una especie tercera vía a la francesa.
La final Le Pen-Macron abre la incógnita sobre qué mayoría parlamentaria dispondrá el próximo presidente. Gane quien gane, no está claro que sus partidos tengan la suficiente tracción para conseguir los diputados necesarios para gobernar en las elecciones legislativas de 11 y el 18 de junio.
Comienzan dos semanas de campaña intensa en la que se chocarán dos visiones opuestas sobre el futuro de Francia, Europa y el mundo. El pulso reproduce el de junio de 2016 en Reino Unido entre los partidarios de continuar en la UE y los partidarios de abandonarla, y el de noviembre del mismo año en EE. UU. entre la candidata demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump.
Es la misma fractura que atraviesa las sociedades occidentales en la complicada década posterior a la gran recesión. Según el país, y según el color ideológico de quien formula en análisis, adopta una definición distinta, pero las líneas divisorias son las mismas. Pueblo contra élites; perdedores contra ganadores de la globalización; campo contra ciudades; personas sin y con educación superior; nacionalismo contra internacionalismo; repliegue y apertura; intervencionismo económico y liberalización suave.
Los sondeos elaborados antes de la elección de esta noche pronosticaban, en caso de un enfrentamiento de Le Pen y Macron en la segunda vuelta, una victoria amplia de Macron. Pero la clasificación de ambos puede transformar la dinámica de una campaña en la que hasta ahora participaban once candidatos. Le Pen y Macron deberán esforzarse por ampliar el campo, seducir a votantes de otros candidatos para sumar el 50% de votos más 1 necesarios para convertirse en el próximo presidente de Francia. En los próximos días se espera que Hollande pida el voto por Macron y que los candidatos derrotados se pronuncien y eventualmente se sumen a la campaña de uno de los finalistas.
Macron, por su posición central en el tablero, lo tiene más fácil para atraer tanto a votantes de la izquierda como de la derecha
Le Pen parte de una posición de desventaja. Durante semanas los sondeos pronosticaban que sería la más votada. Si queda segunda, como apuntan las primeras proyecciones, será una pequeña derrota.
El FN, el partido que fundó su padre, Jean-Marie Le Pen, y que ella heredó, ha vivido durante décadas estigmatizado en la vida pública francesa. Está por ver si los esfuerzos por desdiabolizarlo desde que ella asumió las riendas y rompió con su padre darán resultado.
El drama del FN en las elecciones recientes es que, por mucho que sea el partido más votado en elecciones regionales o municipales, en la segunda vuelta el resto de votantes se une contra él y lo elimina. Le ocurrió a la propia Le Pen en su feudo de la región Norte-Paso de Calais cuando en la primera vuelta de las regionales de 2015 sacó un 40% de votos y sin embargo perdió la segunda vuelta. El FN ganó en seis regiones en la primera vuelta de aquellas elecciones, pero no gobierna en ninguna. Pese a contar con el apoyo de un 20% de franceses como mínimo, sólo tienen 2 diputados en la Asamblea Nacional. El sistema de dos vueltas, también en las legislativas, le condena. Y este es su mayor obstáculo ahora: romper el cerrojo del ‘todos contra Le Pen’ en la segunda vuelta de las presidenciales del 7 de mayo.
Un primer paso podría ser suavizar las promesas menos populares de su programa, como la salida de la UE y del euro para regresar al franco francés. La esperanza de Le Pen es seducir a una combinación de votantes del sector más duro de Los Republicanos de Fillon y de votantes de la extrema izquierda que quieran dar un golpe al sistema.
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Macron, por su posición central en el tablero, lo tiene más fácil para atraer tanto a votantes de la izquierda como de la derecha. Contará con el aval de buena parte del establishmenteconómico y político, y del amplio espectro de votantes que ven al FN como a un partido apestado, de corte casi fascista. Si en 2002, cuando Jean-Marie Le Pen pasó por sorpresa a la segunda vuelta, millones de votantes de izquierda votaron al derechista Jacques Chirac y le dieron la victoria más holgada en la historia de la V República, esta vez podría ocurrir algo similar.
La final Macron-Le Pen supone en todo caso una ruptura en el sistema, un rechazo, cada uno con una óptica distinta, a la clase política que ha regido el país desde hace décadas. Hace un año parecía que en estas elecciones se enfrentarían figuras como el presidente Hollande o su antecesor Nicolas Sarkozy. Finalmente serán las del cambio de guardia en la V República.
Macron, que fue banquero en Rotschild y ministro de Economía con Hollande, es un recién llegado en la escena política, un desconocido hasta hace dos años por el gran público que se ha saltado todas las etapas requeridas para un aspirante presidencial. Su victoria le convertiría en el presidente más joven de la V República. Supondría una renovación generacional, un nuevo estilo. La victoria de un exbanquero europeísta, favorable a la globalización, liberal y apoyado por el establishment de su país obligaría a revisar el relato sobre la ola populista en las sociedades occidentales.
Le Pen, aunque su apellido sea una presencia pública desde los años cincuenta y aunque cuenta con el respaldo de millones de franceses, ha sido excluida de los círculos del poder. Si ganase, el cambio de guardia sería lo menos significativo. Con un presidente favorable a la salida de la UE y del euro, al cierre de las fronteras a la inmigración, Francia, y Europa, entrarían en territorio desconocido.
EL SISTEMA DE GRANDES PARTIDOS, EN CRISIS
Ni socialistas ni conservadores: la crisis de los grandes partidos ha llegado a Francia. Las dos grandes familias políticas que han articulado la Francia de la V República —la izquierda no comunista de la SFIO primero y el PS después, y la coalición del gaullismo y otras expresiones del centroderecha, hoy con el nombre de Los Republicanos— quedaron fuera de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Es la primera vez que ninguna de estas dos familias logra disputar la presidencia de la República. En dos ocasiones, 1969 y 2002, los socialistas faltaron a la cita. En 1969 su candidato, el alcalde de Marsella Gaston Defferre, sacó poco más de un 5% de votos, por detrás de los candidatos gaullista, centrista y comunista. En 2002, el entonces primer ministro Lionel Jospin quedó fuera de la segunda vuelta, superado por el presidente Jacques Chirac y el candidato del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen. Los conservadores han estado en todas las segundas vueltas, fuese con candidatos gaullistas o del centroderecha como Valéry Giscard D’Estaing en 1974 y 1981. Se abre ahora una crisis profunda, quizá una refundación o una escisión, para el PS de Benoît Hamon, desgarrado por el flanco izquierdo por La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, y por la derecho por la empuje del centrista Emmanuel Macron. En Los Republicanos comienza otra batalla en la que desde viejas glorias como el expresidente Nicolas Sarkozy hasta valores emergentes como varios barones regionales reclamarán el derecho a influir. La derrota del PS y Los Republicanos es una victoria del ‘dégagisme’ (de dégager, largarse), la peculiar versión francesa –radical en el caso de Marine Le Pen, suavizada por la continuidad con el sistema en el de Macron– del ‘que se vayan todos’, la voluntad de recambio del personal gobernante.