Por Leonardo Sanchez
Los turcos, y cristianos de la Liga Cristiana, compuesta de varias naciones con intereses encontrados, pero con la misma fe, llegaron a pelear por la justicia divina para definir la razón de sus creencias, cuando la verdad era que peleaban por los intereses económicos imperiales. Cerca de una ciudad griega pelearon la Batalla naval de Lepanto,donde fue herido en un brazo el infante naval Miguel de Cervantes que, desde allí, comenzaron a llamar “el manco de Lepanto”.
Mientras aquí, y ahora, se está peleando una batalla moral entre corruptos con todas las posibilidades y el movimiento social apartidista -por ahora- compuesto de muchos ideales, pero con la misma sed de justicia, que reclama el fin de la corrupción y el cese de la impunidad.
Pero el ministerio público nacional, se siente parcializado desde las investigaciones preliminares, negándose a buscar donde sabe que tiene que buscar y también a ver dónde sabe que tiene que ver, para encontrar a los seguros culpables señalados por confesiones ya juzgadas.
Aunque está claro que tiene muy bien sus dos ojos, su cerebro procesa selectivamente la información que recibe a través de las ventanas de su alma comprometida y “la línea que le han bajado”.
Así, para los efectos, es absolutamente tuerto. Y demasiadas veces totalmente ciego, porque está ahí para procurar ver y no ve nada, cuando le piden que no vea.
Y su tuertez, no siempre es del mismo órgano visual. Cuando no quiere ver determinada situación se queda ciego del lado que no quiere ver nada de eso.
Después, ante una situación distinta, tiene la habilidad de padecer de ceguera parcial del otro lado que tampoco quiere ver nada de lo otro.
Y por eso le llaman el tuerto del espanto; porque según sea su situación cada ojo se espanta para no ver lo que su portador no quiere ver, de lo que debe ver y no ve porque está claro que no quiere.
Así, cuando parece que está mirando para arriba, probablemente ha estado mirando para abajo y cuando da indicios de estar mirando para la derecha, es la izquierda la que recibe su atención.
Por eso sus decisiones también son como tuertas. Cuando tiene que decidir perseguir a unos delincuentes confesos, no percibe delincuentes y realiza acuerdos confidenciales sin el aval de la justicia y lo publica, sabiendo que no puede ni debe, pero lo hacer porque cree que puede.
Y, cuando dice estar investigando, en realidad está buscando encubrir a los que debería investigar y no investiga porque no quiere.
Da espanto ver las maniobras que realiza para tapar la olla de grillos que saltan a la vista de cualquiera, menos de este tuerto selectivo.
Por eso tampoco ve la gama completa de delitos más allá de los sobornos, sabiendo que hay otros ilícitos penales que debe perseguir, si los viera sin espantarse como se espanta.
Cuando debe actuar por el rumor público, como dice su jefe, sus actuaciones producen el rumor público de que vive en “Belén con los pastores”, o se hace el suizo para que el crimen sobornado perciba con cuál de los ojos está mirando y a quien no va a mirar por más rumores que el público se ocupe de esparcir.
Procura, que los felones confesos se sientan seguros de que no van a ser perseguidos por los delitos cometidos, aunque tenga que cerrar ambos ojos y mirar hacia dentro de sí mismo para ver a uno de los que debería estar persiguiendo.
No hay tapia ante sus ojos, aunque sea de ladrillos brillantes, porque no puede ver tampoco al hermano de Caín, aunque tenga en las manos la quijada ensangrentada. Tampoco mira al bendecido santo del amor, aunque llegue el 14 de febrero. Cuando solo tuvo ojos bien dirigidos para ver al eterno aspirante a la gran municipalidad comiendo sus propios fettuccinis, al profeta que unge en el rio Jordán y al Nazarenomismo para crucificarlo por su nombre de pila judío españolizado.
Cuando se trata de los contrarios sus ojos son mejores que los tratados por Barraquer, pero en su propio jardín no es capaz de ver al lobo en el gallinero.
Por eso, tampoco mira a la partidaria de la antigua Regente durante las Guerras Carlistas quien estuvo durante todo el período de las firmas favorables a la empresa de la discordia por sus sobornos.
Porque más que su tuertez, ¡su voluntad partidaria lo hace ciego al terror!
Es por esa selectividad que la sociedad no tiene ninguna confianza en su imparcialidad, igual que en su capacidad de “juzgar a vivos y muertos”, caiga quien caiga.
Porque sabe que tiene que encontrar algunos culpables para tratar de quedar bien y mantener sus visas, pero los va a buscar entre los “muertos” para que entonces caigan.
Y, aunque sabe mejor que nadie que su trabajo está entre los “vivos”, hace todos los esfuerzos para que su visión se tuerza para no verlos y para que no caigan.
Porque sabe que se tendría que ver como en un espejo y, aunque disimula, las fotos y videos del pasado le recuerdan que no puede traicionar su pasado.
Por eso sus culpables favoritos siempre van estar entre los “muertos” con acción judicial prescrita, para no tener que hacer nada, aunque caigan.
Para no tener que hacer nada más que un show de mal gusto y barato.