Nadal contra Federer, dos leyendas que no se apagan

El pasado 19 de octubre, no han pasado ni cuatro meses, Roger Federer acudió a Manacor. Rafa Nadal inauguraba su Academia y quiso tener al lado al suizo con el que había disputado 34 inolvidables batallas en el circuito. Ocho de ellas en finales de Grand Slam. Elegantes los dos, con chaqueta, parecían estar clausurando una época y abriendo ya una puerta al futuro del español, que ha puesto todas sus ilusiones en esa fábrica de campeones.

Federer, con 35 años y 17 Grand Slam, viaja por el circuito con Myla Rose, Charlene Riva, Leo y Lenny. Sus cuatro hijos. Podría retirarse y verlos crecer en casa tranquilo. Le habían operado un menisco y afrontaba una rehabilitación que al final le tuvo seis meses parado. Nadal, 30 años y mucho desgaste, había ganado su último Grand Slam en Roland Garros 2014 e intentaba curar una lesión en la muñeca izquierda mientras notaba que el vestuario le había perdido el respeto. Jugadores de ránking muy inferior le hacían daño.

“Este año nos han golpeado las lesiones, pero no creo que se nos haya olvidado jugar al tenis. Las posibilidades de que volvamos a competir por cosas importantes son reales”, dijo esa mañana Nadal. Luego, se cambiaron y estuvieron peloteando con unos júniors. Tenían el deseo, pero no el convencimiento de que fuera posible, de volver a pelear por un título en una final de Grand Slam, como habían hecho otras veces (6-2 para el español). “Hablamos de jugar un partido benéfico. Estábamos los dos lesionados. Jugábamos con los chicos y decíamos ‘¡Esto es lo más que podemos hacer!”, confesó el jueves el suizo…

Mientras, Andy Murray y Novak Djokovic luchaban por el número uno. Casi nadie podía imaginar que este domingo (09:30, DMAX y Eurosport) Nadal y Federer revivirían en la final un pulso que parecía cosa del pasado. Pero sí. Chocan por la Copa Norman Brookes dos leyendas. Vivas, muy vivas.

Nadal vuelve a ser ese tipo “que juega siempre como si estuviera arruinado”, como le definió Jimmy Connors. No importan los 14 Grand Slams (69 títulos en total) que carga a sus espaldas. Ni los cientos de millones de euros. Importa el presente. Y en dos semanas ha liquidado en Melbourne a un futuro número uno (Alexander Zverev), a dos top-ten (Gael Monfils y Milos Raonic) y a Grigor Dimitrov, que jugó el partido de su vida, en cinco involvidables sets.

Federer ha vuelto a flotar. “Es el jugador que todos quisieran ser”, le definió también Jimbo Connors. Desde el puesto 17º del mundo (subirá al 10º si gana la final, y Nadal al 4º), dejó en el camino a Tomas Berdych y en dos episodios a cinco sets a Kei Nishikori y Stanislas Wawrinka. Su último grande data de Wimbledon 2012, pero desde entonces ha estado en diez finales.

Nadal y Federer, el fuego y el hielo, se han medido en 34 ocasiones y en 23 ha alzado los brazos el español, que fue campeón en Melbourne en 2009. El suizo ha ganado en Australia cuatro veces. Tras una década enfrentándose entre ellos, el año pasado no llegaron a medirse. No están juntos sobre una cancha desde octubre del 2015 en Basilea. La sensación de vacío, el vértigo por no verlos cruzar golpes otra vez, se ha esfumado. Cierta mañana del mes de octubre en Manacor, elegantes ellos, decidieron que aún les quedaba Rock&Roll. Que suene.

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