No he conocido la Fórmula 1 sin Bernie Ecclestone. El británico llevaba, hasta ayer, cuatro décadas al frente de este deporte que convirtió en negocio, así que mi memoria infantil no alcanza a recordar grandes premios sin su presencia. Parecía inevitable, simple ley de vida, que un octogenario no continuara mucho más tiempo al frente del chiringuito, especialmente porque el mundo cambia a tal velocidad que quizá le haya costado digerirla desde una perspectiva insuficientemente innovadora. No seré yo quien demonice a Ecclestone, un personaje con actitudes y declaraciones a menudo cuestionables e incluso criticables; pese a ello, con luces y sombras, ha llevado las carreras de monoplazas a donde ahora habitan, un lugar de privilegio dentro de los grandes espectáculo deportivos de ámbito internacional.
Sin embargo, se me antoja indiscutible que la F1 necesita un cambio radical. En lo deportivo quizá ya lo veamos este mismo año con la nueva reglamentación, pero también es urgente en el modelo de negocio. En comunicación, márketing, patrocinio, televisión y audiencias nada es ya como antes, por lo que sólo aquéllos que se adapten al nuevo escenario podrán sobrevivir. Y para conseguirlo son imprescindibles mentalidades más abiertas, ideas acordes a los nuevos tiempos, equipos multidisciplinares que entiendan que esta competición es mucho más que simplemente eso. Habrá que esperar para saber si el equipo que lidera Chase Carey logra hacer frente con éxito a tremendo desafío; de momento, la incorporación al proyecto de alguien tan brillante como Ross Brawn me anima a ser optimista. Necesitarán tiempo para lo que tiene visos de revolución y lo merecen, la Fórmula 1 no podría seguir anclada en el siglo pasado.