El desempeño económico de 2016 se parece mucho al de otros años recién pasados, y 2017 apunta a repetir la historia. Las dos características más sobresalientes fueron una elevada tasa de crecimiento del PIB (entre 6% y 7%), por encima de la media anual de las últimas décadas, y una muy baja tasa de inflación (1% o menos). En principio, un elevado crecimiento de la producción y una baja inflación constituyen buenas noticias. Cuando la producción crece a un buen ritmo, generalmente esto se asocia a buenos resultados en materia de empleos, ingresos laborales y recaudaciones tributarias. Una baja inflación, por su lado, supondría que el poder de compra de los ingresos de las personas se erosiona poco como resultado de los aumentos de precios.
A pesar de eso, hay razones para preocuparse porque la dinámica que promovió el alto crecimiento y la baja inflación de 2016 no es sostenible, por lo menos no sin reformas profundas, las cuales no asoman con claridad en el horizonte de 2017. En ese sentido, 2016 fue un año más en el que se obtuvieron buenos resultados macroeconómicos de corto plazo, pero se acumularon factores de crisis de largo plazo y no se acometieron reformas de peso.
Con respecto al crecimiento y la inflación, hay que decir al menos cinco cosas. Primero, como en 2015, y como promete que será 2017, en 2016 el crecimiento fue empujado por una elevada demanda doméstica (consumo e inversión privada, gasto público) y no por una robusta demanda externa por bienes y servicios producidos en el país. Por el contrario, aunque el turismo tuvo un buen año, como en muchas otras partes del mundo, las exportaciones de bienes continuaron languideciendo. Sin un crecimiento sostenido de las exportaciones de bienes y servicios, una economía pequeña como la dominicana no puede crecer a largo plazo a ritmos deseables, porque son éstas las que proveen las divisas para importar lo necesario para crecer y crear empleos como los bienes para invertir (p.e. maquinaria y equipo), para producir (insumos) y para el consumo de lo que no se produce en el país. Si la economía creció sin generar esas divisas, fue porque las consiguió mediante remesas, deuda o inversión extranjera. La mayor parte de esas divisas habrá que pagarlas en el futuro, cuando las deudas venzan o cuando los inversionistas decidan repatriar utilidades. De allí que exportar más bienes y servicios sea ineludible para seguir creciendo.
Segundo, el crecimiento económico ha sido en parte empujado por el gasto público, el cual ha sido en parte financiando con deuda pública. En 2016, la deuda del Sector Público No Financiero (SPNF) terminará creciendo en unos 2,500 millones de dólares, alcanzando los 26.5 mil millones de dólares o el 37% del PIB. Una dinámica de este tipo no tiene que verse necesariamente con preocupación en la medida en que el resultado puede implicar más crecimiento, lo que a su vez debe traducirse en mayores recaudaciones fiscales y en un aumento de la capacidad de pago. Pero cuando, como es el caso actual, esa dinámica se repite por noveno año consecutivo, cuando los pagos por intereses alcanzan más del 20% de los ingresos tributarios, y cuando se recurre a nueva deuda para pagar no sólo los vencimientos sino los intereses, esa dinámica promete, más temprano que tarde, un ajuste de las cuentas públicas a fin de estar en capacidad de pagar la deuda.
Tercero, aunque también ha sido ayudada por los reducidos precios del petróleo y otras materias primas, la baja inflación es explicada en parte por una política monetaria restrictiva. Eso significa que el Banco Central ha estado, de forma permanente, procurando contener el crecimiento de los agregados monetarios, esto es, del dinero disponible en la economía. El principal instrumento que usa para ello es el endeudamiento (los títulos del Banco Central). En 2016, esa institución tomó nueva deuda por unos 50 mil millones de pesos, llevando su deuda total hasta más de 430 mil millones, equivalente a 13% del PIB. Para que se tenga una idea del ritmo de endeudamiento del Bancentral, en diciembre de 2013 la deuda era de menos de 300 mil millones (11.3% del PIB), en diciembre de 2014 era de 326 mil millones (11.6% del PIB), y en diciembre de 2015 de 385 mil millones (12.6% del PIB). Esto tampoco es sostenible. El gobierno central está obligado por ley a apoyar al Banco Central para desmontar esa deuda a través de transferencias de recursos, pero a través de cuestionables maniobras legislativas, ha logrado reducir sus compromisos, contribuyendo con ello a que la dinámica se perpetúe.
Cuarto, es difícil comprender por qué el Banco Central ha permitido que la inflación sea tan baja: 2.34% en 2015, y cerca de 1% en 2016, siendo que su meta de inflación mínima es de 3%. En la medida en que la reducción de los precios de los combustibles ha contribuido a reducir la inflación y a hacer una parte del trabajo de la política monetaria, esta parecería haber sido una buena oportunidad para relajarla y con ello reducir el ritmo de crecimiento de la deuda del Banco. Pero haber continuado por el mismo camino, sin tomar en cuenta la coyuntura, ha implicado no sólo más deuda de esa institución, sino también una tasa de interés real más elevada de lo que sería posible observar. El resultado podría estar siendo un ritmo de crecimiento de la producción y el empleo menor al deseable y al posible en actividades sensibles al crédito como la industria y la agricultura.
Quinto, a pesar del crecimiento económico, todavía los resultados en el empleo son precarios. Entre el primer trimestre de 2015 y el segundo trimestre de 2016, que hasta donde hay datos disponibles, el porcentaje de personas desocupadas (que busca trabajo y no encuentra, y que no busca, pero está dispuesta a trabajar) y subocupadas (que trabajó un bajo número de horas en la semana) apenas cayó desde 20.7% hasta 19.4%.
A riesgo de ser reiterativo, todo lo anterior indica dos cosas. En primer lugar, que las bases del crecimiento son frágiles y que hay una alta probabilidad de que el elevado crecimiento de hoy se traduzca en un bajo crecimiento mañana, con todas sus implicaciones negativas en materia de empleo e ingresos laborales. En segundo lugar, que los resultados de ese crecimiento en materia de empleos, que es donde primero se debe reflejar el crecimiento, son muy insatisfactorios.
La buena noticia es que es posible enfrentar todo lo anterior y los riesgos que entraña esa dinámica macroeconómica. Pero, como se sugirió antes, ello amerita encarar al menos cuatro reformas fundamentales.
Una de ellas es la fiscal, que le dé sostenibilidad a las finanzas públicas, reduciendo la demanda de financiamiento y desmontando la lógica del crecimiento acelerado de la deuda pública. Esto también debe contribuir a desmontar el crecimiento de la deuda del Banco Central, permitiendo hacer transferencias fiscales mayores (aunque se podría combinar con una reprogramación de pagos a más largo plazo, y con una política monetaria menos obtusa) y con ello a relajar la política monetaria y a lograr tasas de interés más bajas que apoyen la inversión y el empleo.
Otra de las reformas es la del desarrollo productivo y el empleo que promueva el crecimiento de sectores que generen empleos, y que éstos sean de cada vez más calidad. Además de políticas generales que mejoren el clima de negocios (p.e. menos discrecionalidad, menos corrupción, una justicia más funcional, servicios públicos de más calidad, e infraestructura mejorada), esto supone pensar en impulsar políticas específicas para sectores seleccionados que faciliten la transformación productiva y tecnológica, atendiendo a las especificidades de cada actividad, y a objetivos de empleo medibles, con especial atención a las empresas pequeñas y/o que inician (start-ups),.
Una tercera área de reformas es la promoción de exportaciones y la atracción de inversión extranjera de más calidad y más comprometida. Urge mejorar los servicios que ofrece el Estado a las empresas exportadoras y a los nuevos inversionistas, en especial medianos y pequeños. Sin ellos, el imprescindible crecimiento de las exportaciones se hace muy cuesta arriba.
La política económica lleva años estancada en la gestión de corto plazo, posponiendo las reformas, acumulando problemas de largo plazo, y sin atreverse a enfrentar muchos de los temas nodales del desarrollo. Los tiempos se agotan y la crisis se acerca.
Reformar, crecer a largo plazo y traducir crecimiento en empleo y bienestar son todos componentes de una misma ecuación.