Hace diez años éramos los reyes del mambo y la Fórmula 1 se colaba en nuestras casas cada domingo con himno y champán, con Fernando Alonso ganando y firmando un doblete que auguraba un futuro en el que nos iban a faltar dedos para contar sus títulos. Pero ahí sigue, con dos, los de 2005 y 2006 (de éste se cumplieron 10 años el pasado sábado), anclado a ese proyecto de McLaren Honda que no acaba de arrancar. “Ahora, diez años después, todos me consideran uno de los mejores pilotos de siempre”, decía Fernando este fin de semana durante el GP de Estados Unidos. Es cierto. Es uno de los mejores de siempre, ahí están las encuestas, la opinión de quienes comparten parrilla con él o de leyendas de la Fórmula 1, también los estudios sesudos y trufados de fórmulas matemáticas como el que en abril difundió la Universidad de Sheffield y que situaba al asturiano como el tercer mejor piloto de la historia por detrás de Fangio y Prost. Casi nada.
En la Fórmula 1 y en la NBA
Fernando recibió en Austin la visita de otro grande, este en talento y también en centímetros. 213 exactamente. Pau Gasol quiso animar a su amigo, vivir de cerca esa F-1 en la que Fernando es grande. Uno inicia en Texas una nueva aventura profesional (con los Spurs de la NBA) y el otro vivía allí una nueva escala en ese viaje cargado de promesas que es McLaren Honda. Ambos son fruto de la mejor generación que ha disfrutado el deporte español en toda su historia. ¿Un piloto español campeón de la Fórmula 1? ¿Un jugador español campeón de la NBA? Dos locuras hasta hace nada, dos imposibles que nos hicieron inventar otros himalayas para seguir creciendo. Aunque no caigan más títulos, ni para uno ni para otro, deberíamos darnos con un canto en los dientes. Son un lujo. Ambos.