Por MILLIZEN URIBE
En la vida pocas cosas, por no decir ninguna, se pueden lograr instantáneamente. De ahí que sea entendible que la meta de una mejor educación en la República Dominicana requiera pasos, el agotamiento de procesos. En el camino reciente, primero organizaciones de la Sociedad Civil iniciaron una demanda para que, en fiel cumplimiento de la Ley general de Educación (66-97), se asigne el presupuesto estipulado y, por ende, se aumenten los recursos económicos destinados a esta área.
Afortunadamente, este reclamo fue acogido por toda la sociedad y, más adelante, por el gobierno del Presidente Danilo Medina, primero en la historia en cumplir esta ley.
El Gobierno inició entonces una política de construcción masiva de aulas, argumentando que se requerían más y mejores escuelas para optimizar la educación.
Este proceso ha sido bautizado como Revolución Educativa. Sin embargo, para que haya una transformación profunda de la educación hay que seguir transitando las etapas o fases.
En ese sentido, es vital que, agotada la fase de la infraestructura, le llegue el turno a la calidad. Para lo mismo la transformación del currículo escolar es imprescindible.
Es necesario entender, y lo decía el autor del concepto Nativos Digitales, Marc Prensky, quien estuvo recientemente en el país invitado por la Fundación Liderazgo Responsable, que la educación actual está desfasada y que a los niños se les debe educar en base a proyectos reales, en los que ellos agreguen valor al mundo mientras aprenden. Así se hace en Cuba y funciona muy bien.
De igual manera, no puede haber revolución sin el factor humano, menos sin actores claves como los maestros, quienes deben ser personas capacitadas, actualizadas y con vocación, algo imposible sin buenos salarios y sin condiciones de vida dignas, que les permitan ejercer en las mejores condiciones personales y psicosociales.
Y hablando de protagonistas es imposible ponerse de espaldas a los alumnos. Ellos y su aprendizaje deben estar en el centro del proceso pedagógico, pero es incorrecto pensar que basta “resolver su mundo” mientras están en la escuela.
Las aulas no pueden ser una burbuja donde los niños y las niñas lo tengan todo: comida, instalaciones buenas, tutores adecuados… pero que luego cuando salgan no cuenten con un país donde también tengan alimentos, hogares de calidad, seguridad ciudadana y buenos tutores.
Por eso la revolución educativa debe ser transversal. Y en esta parte siempre me gusta recordar a Hostos quien decía que la educación no puede ser una isla que cierre sus puertas a la realidad social, económica y política.
Es obvio que no se puede hablar de revolución educativa sin antes, o al menos al mismo tiempo, hablar y trabajar para la revolución económica, política, social y cultural.