Palabra a palabra fui entrando en un extraño estado de sopor. Morfeo llegó hasta mí y caminé con él, tomándolo de mano, por el bello mundo que acababa de descubrir: el que dibujó para nosotros el presidente Danilo Medina en su discurso.
Fue así que pude trasladarme al 2020 y ver a esa generación de niños que no sabe lo que es el hambre, que no conoce el miedo de quedarse solo en casa y que no anda en las calles porque está en las escuelas de tanda extendida; niños que no conocen los apagones, que no imaginan el país sin internet en cada lugar, que saben llamar al 9-1-1 y que tienen un centro de salud al que acudir.
Esos niños jamás han caminado en el polvo ni han puesto su vida en peligro en una voladora. Tampoco saben qué es no tener un baño en la casa o compartir la misma habitación con sus padres y hermanos.
Oyéndolos hablar, de repente, me sentí perdida. Recordé esa República Dominicana en la que nunca se dejó de ir la luz y las promesas reiteradas de los mandatarios, incluido Danilo, diciendo que acabaría con los apagones. También recordé el alza de los precios y la gente en la miseria por falta de empleos, la falta de medicinas en los hospitales y lo caro que resultaba el internet para quien lo podía pagar. Además me dolió pensar en todos los que murieron por la delincuencia.
El dolor me despertó. También oír a Danilo decir que ese desarrollo tiene que ser financiado. Mi bolsillo lloró recordando las nóminas infladas, los gastos desmedidos del Gobierno y los salarios de lujo. ¡Ay de los impuestos que vendrán en honor a esa generación que, la verdad, fácil que no vea nada de eso!