Santana: “Por ganar Wimbledon me dieron diez libras”

—Entre 1965 y 1966, cuando ganó los Campeonatos de EE UU y de Wimbledon sobre pistas de hierba, usted hizo lo que para un español de entonces sería un Viaje a la Luna. Casi no hay que hablar mucho más: cuéntelo usted mismo…

—Yo había jugado y me había entrenado mucho en hierba con los australianos, no solo en la final de la Copa Davis de 1965 (habría una segunda en aquellos tiempos: en 1967)… sino incluso antes. Recuerdo un partido de 1962 con Rod Laver en Wimbledon, en el que me ganó 17-15 en el segundo set, por ejemplo. No había tiebreak, otra de las cosas que han cambiado. No sé: todo junto, el tenis de hoy se trata de otro juego, si lo comparamos con el de hace 50 años.

—Y específicamente, en Wimbledon…

—No podíamos sentarnos en los cambios de lado y por el título de 1966, me dieron diez libras y un reloj Rolex que aún conservo en Madrid. Iba al torneo en el Metro de Londres e íbamos bien. No era aún la Era Open. Por participar en los Juegos Olímpicos de 1968, en México, recibí un cheque de 124 pesetas… que también conservo. Entonces éramos lo que se llamaba amateurs o aficionados.

—¿Cómo se le ocurrió ganar, cuando aquello parecía imposible para un español en los años 60?

—Ya desde 1965 había tomado la decisión de no ir a Roland Garros para prepararme expresamente y jugar mejor sobre hierba. Quería ganar Wimbledon a toda costa, sabía que podía ser el espaldarazo total para el tenis en España, cuando en los años 50 y 60, la gente no sabía ni si la pelota era redonda o cuadrada. Fue una gran satisfacción y una gran emoción porque ese triunfo fue el espaldarazo total para dar a conocer el tenis en nuestro país.

—¿Qué recuerda del Campeonato de 1966?.

—Que tuve dos partidos muy duros a cinco sets en cuartos y semifinales, con dos australianos, Ken Fletcher y Owen Davidson. Cuando salí de los dos, estaba convencido de que podía ganar la final a Ralston. Éste no era una súperestrella, como sí lo era Laver, y yo ya tenía un buen tenis sobre hierba, tenía golpes. De hecho, rematé la final con una volea. Qué emoción.

—Y vino el incidente del protocolo con la Duquesa de Kent, a la que quiso besar la mano cuando lo prohibían las reglas…

—En efecto, era algo que estaba prohibido, pero yo no lo sabía. Era algo que había visto hacer y pensé que era lo más apropiado. En la fotografía se ve perfectamente cómo ella se echa hacia atrás. Al final les hizo gracia, les cayó bien: también se aprecia en esa imagen.

—No muchos recuerdan que usted ya había ganado antes los Campeonatos de EE UU: en 1965, en Forest Hills, Nueva York. También sobre hierba. Y que nada menos que Robert Kennedy le entregó el trofeo. ¿Qué nos cuenta?

—Ese Campeonato no lo habría ganado sin la ayuda de mi amigo, el mexicano Rafael Osuna, que me compró una docena de pares de calcetines para que me los pusiera sobre las zapatillas cuando llovía. Así no te resbalabas. Era algo que se lo había visto a Osuna, a Laver, a Drysdale… éramos todos buenos amigos.

—Precisamente, esa final de Forest Hills se la ganó a Cliff Drysdale: con mucha lluvia.

—La clave fue el partido que gané a Arthur Ashe, en semifinales. Ashe, que era genial, había eliminado a Roy Emerson. Con Drysdale, inicialmente, no tenía demasiados problemas, aunque se trataba de hierba. Pero empezó a llover, hubo dos parones de casi dos horas y todo se complicó. Después, sí, llegó Robert Kennedy…

—¿Qué le dijo?

—Que no entendía cómo yo podía volver a España después de cada viaje. A la España de entonces, claro. Le tuve que decir a Kennedy que eso que me decía era algo que a mí ni se me pasaba por la cabeza.

—Usted empezó a jugar en Madrid, en ese Club Velázquez que ya ha desaparecido…

—Fue porque uno de mis hermanos, que era recogepelotas allí, se puso enfermo un día y mi madre me animó para que fuese a sustituirlo, me puso un bocadillo y me metió en el tranvía de la Ciudad Lineal. Allí, en el Velázquez, llegué a pasar bolas con Lilí Alvarez (tres veces finalista en Wimbledon), superdeportista, superelegante: tenía un revés extraordinario. Y a veces me daba dos o tres pesetas, después de jugar. Pero de no ser por mi madre… nada hubiera sido posible.

—No se refiere solo al tenis, ¿no es así?

—Claro. Éramos cuatro hermanos, y mi madre se las arregló para sacarnos adelante, justo cuando despues de la Guerra… teníamos a mi padre en la cárcel. Mi madre tenía perfecto derecho a poner a parir a Franco y nunca lo hizo. Insisto: de no ser por ella…

—Pasó algo incluso más fuerte, durante esa misma Guerra, tan incivil. Cae una bomba en las calles de Madrid, cuando su madre lleva en brazos al pequeño Manolito Santana. Y…

—Pues que el proyectil del obús cayó justo al lado de nosotros. Salimos ilesos. Fue prácticamente el principio de lo que mi hijo siempre ha dicho que soy: ‘Un tipo con suerte’, el título de mi autobiografía.

—Han pasado 50 años de ‘su’ Wimbledon: y este de hoy no es el tenis de Santana.

—Es otro juego, claramente. Han cambiado los materiales de las raquetas, las bolas. Hasta la hierba de Wimbledon no es la misma y no se puede sacar y volear como antes.

—Santana, ¿quién fue el mejor tenista que usted ha visto?

—En mis tiempos fue Rod Laver. Después vino el cambio de era, poco a poco, y llegaron Federer, Rafa Nadal, Murray, que va cada vez mejor… Djokovic.

—Díganos algo de Rafa Nadal, que le sucedió en el All England… 42 años después.

—Pues que desgraciadamente, Rafa acaba de cumplir 30 años. Creo que podrá volver a ganar, pero le será cada vez más difícil, no como antes. Con sus deseos de ganar, pienso que quizá le podremos ver como cuatro años más. Aquella final de Wimbledon que ganó a Federer cuando ya no se veía, en 2008… pues es algo imborrable. Rafa fue a ganar allí porque siempre estuvo convencido de que podía hacerlo.

—¿Qué ve en Garbiñe Muguruza?

—Nos va a dar muchas satisfacciones. En el tenis femenino, tanto tiempo después de Arantxa Sanchez Vicario y Conchita Martínez, Garbiñe puede ser hoy lo que Santana fue hace 50 años. Le ha ganado una final de Grand Slam a la número uno: y eso cuenta.

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