Lo pongamos del derecho o del revés, el proyecto de McLaren Honda no convence. Da igual lo que se prometa desde Japón, esas evoluciones en la unidad de potencia, su rediseño con vistas al futuro; también nos deja frío el optimismo que trata de infundir Eric Boullier desde Woking. Da igual, porque luego llega el gran premio y las penurias son las mismas. No es de recibo que el McLaren esté a 38 kilómetros por hora de la velocidad que marca el Williams de Bottas. Sí, a 38 si la telemetría de los de Grove no miente. Ese es el sonrojo.
Alonso perdía ocho décimas en la recta de Bakú. ¿Qué puede hacer uno al volante si las armas con las que debe luchar son esas? Se cumplen diez años del segundo título del asturiano, aquella marea azul que pensábamos nos iba a llevar en lo más alto de la ola eternamente. Pero llevamos ya demasiados domingos lamentándonos. Un día un accidente (Australia), otro una pérdida de potencia (España); uno a las puertas de los puntos (Canadá) y otro abandonando por la caja de cambios (Azerbaiyán). Estoy cansado de las promesas de McLaren Honda y me defrauda el horizonte que Alonso nos pinta: «Austria también puede que sea complicada, Spa, Monza, México, así que bueno, quedan algunas carreras difíciles y vamos a intentar apañárnoslas”. Apañárnoslas… Quién nos iba a decir hace no tanto que Fernando iba a tener que recurrir a ese verbo.