Una paradoja recurrente

Ing.-Leo-Sanchez

Todos los políticos, sin atender a la corriente, izquierda, centro o derecha, siempre incluyen en sus discursos, y solo en los discursos, la muletilla de la defensa de los pobres

Y las pasadas, intento de elecciones, no fueron una excepción en tal sentido.

Todos los candidatos, incluyendo aquellos que sabían que no tenían posibilidades y que solo iban al torneo a medir fuerzas, hablaron en defensa de los derechos de los pobres a acceder con efectividad a los servicios que el estado está en la obligación de garantizar a todos los ciudadanos, aunque los políticos solo se preocupan de los pobres.

Y elevan a los pobres hasta las nubes; los abrazan y besan, se untan con sus emanaciones. Y los pobres para acá, los pobres para allá, para arriba y para cualquier parte, menos para abajo, porque saben que los pobres están abajo.

Y, aunque están abajo, los pobres, con todas sus carencias y limitaciones, cuando llega el día de las elecciones, sus votos son los que deciden, porque son más que los no tan pobres.

Pero, los pobres,todavía desconocen el poder que tienen y que, si no se dejaran confundir por los embaucadores y encantadores de serpientes pobres, pudieran elegir unas autoridades que verdaderamente los representen y gestionen el gobierno del estado para resolver todos los problemas sociales y económicos que hacen que los pobres sean pobres, y sigan siendo pobres, a pesar del poder que tienen.

Pero, hay otros pobres, que creen que no son pobres porque andan como perritos falderos, saltando y ladrando alrededor de los turpenes que se hacen ricos embaucando pobres y haciendo saltar perritos falderos.

Incluyen dentro de esos pobres, a un segmento que, económicamente, no es tan pobre, pero que, mentalmente, son más pobres, que los pobres de solemnidad que tienen tanto poder.

Son aquellos ciudadanos que, por conseguir cualquier prebenda, son capaces de salir a comprar votos, usando todos los medios que, el pragmatismo de los líderes predestinados, pone a su alcance y que se pueden gestionar con dinero, promesas hueras o una cajita con piezas de pollo frito, pa’ pical.

Salen, esos pobres de dignidad, con una “funda de cuarto”, a repartir la voluntad de sus líderes acopiada del presupuesto nacional. Y, mientras compran las cédulas de los pobres de verdad, venden el decoro que viene con ellos como seres humanos.

Son también, delegados o funcionarios de los colegios electorales que, al acostarse las palomas de las urnas, cuentan el cuento a su manera, mientras el escrutinio favorezca al partido.

Secuestran urnas. Queman urnas. Alteran actas. Dejan de llenar actas.

Unos, menos pobres, pero afectados de la misma pobreza humana, escamotean valijas y las rellenan con votos sin doblar, marcados a favor de los candidatos del partido que tiene que garantizar “su congreso” al más pobre de todos.

Porque los votos, hay que buscarlos, aunque sea debajo de las piedras; aun sabiendo que los scanners van a contar con un pobre algoritmo que no va a respetar los conteos manuales.

Otros, muy pobres también, serían capaces de no emitir las actas de conteo de los colegios, como dispone la ley de los pobres, los del medio y también de los ricos, aunque solo se aplica para los pendejos.

Una candidata, ha sido tan pobre, que nunca ha realizado alguna iniciativa senatorial, pero sería capaz de esconder cerca de 400 valijas, cuyo contenido no sería contado ni a ella ni a los contrarios.

Y el más pobre de todos los senadores, por ser tan pobre sería ayudado con un pequeño error de más de cien mil votos. Igual que uno, tan pobre que todavía huele a guarapo, que sus votos sobrepasarían a todos los votantes registrados en su demarcación en más de 300 mil.

Pero, donde la pobreza sobrepasa todos los límites, es con el pobre dueño del arbitraje electoral que, acaba de declarar, que tiene que coger prestado para terminar de pagar los compromisos de la “fiesta de la democracia”.

Esa fiesta, que le cuesta a los pagadores de impuestos, cuantiosas sumas como si vivieran en un país rico.

El pobre hombre, tiene que pagar, según admite el pobre funcionario, una parte de los equipos que deberían hoy llenarlo de escarnio, mientras había derrochado una fortuna pagando a los cientos de interactivos que soltó como una jauría, junto con la manada de lobos del partido, para callar el clamor de los ciudadanos por las redes sociales, porque entienden que los pobres no se pueden quejar tanto.

Porque la oposición, patalea demasiado y hay que callarla para que no siga denunciando todas las tramposerías que “nunca ocurrieron, porque los tramposos nunca estuvieron allí y eso nunca sucedió”.

Y, como fieles discípulos del profesor de las incongruencias, se dirigen hacia el toro que no es, mientras los agarra en toro interno que sí es.

Aunque todos quieran negar que el tollaso electoral es un hijo del quirinaso, hasta que se decida cuál de los pobres líderes es que tiene la pobreza más grande.