Está tan acostumbrado a ganar que pasar tantas carreras sin hacerlo estaba siendo un auténtico suplicio para él. Sin embargo, tras ocho sin lograrlo, Lewis Hamilton volvió a respirar aliviado por fin en Mónaco. Allí pudo descorchar de nuevo el champán desde el sitio que más le gusta y robarle la sonrisa a Ricciardo para estamparla en su cara de tricampeón. Fue su triunfo número 44, el mismo que su dorsal, y le ha servido para renovar sus vitaminas al volante.
«Todavía no puedo creer que tenga 44 victorias en Fórmula 1. He necesitado del trabajo de mucho personas a lo largo de mi carrera para llegar a este punto y es un hito muy especial para mí y mi familia. Estoy muy agradecido a mis mecánicos por empujar y empujar conmigo después un comienzo difícil. Fue genial estar de vuelta lo más alto del podio y una gran inyección de confianza para ellos también, porque están haciendo un gran trabajo. Sin embargo, hay un largo camino por recorrer», asume el británico.
No había tenido suerte con su devenir en las primeras citas. Tres poles desaprovechadas, dos malas calificaciones, un golpe con Rosberg… Pero ahora ha recuperado el ánimo y avisa de sus intenciones: «He demostrado que soy tan fuerte como siempre y lo seré el resto del año, así que estoy deseando que llegue el siguiente capítulo. Montreal ha sido siempre un buen circuito para mí, así que espero brillar como lo hice la primera vez que fui a esa ciudad con tan buena atmósfera».
Así es, Hamilton venció allí en 2007, luego volvería a hacerlo tres veces (2010, 2012 y 2015), pero sabe que esta año no será fácil continuar con su éxito en Canadá. «En estas seis carreras hemos visto que todo es posible y es inevitable que esas oscilaciones vayan en ambas direcciones. Somos el mejor equipo, pero tenemos más presión que nunca, así que es importante que sigamos tirando juntos y refinar las áreas débiles», concluye en el comunicado de Mercedes. Presión, sí, pero él dice que vuelve a ser el de siempre. El tricampeón.