Por Leonardo Sanchez
En lugar de instrumentos de medición y sondeo de opinión, y de la intención del voto, ahora las encuestas han sido convertidas en instrumentos de combate electoral, manejándose como armas numéricas arrojadizas, con altas probabilidades de devenir en boomerangs de perfiles morales
Los asesores de campaña, en libertad o no, han desbordado los límites de la objetividad cuando hacen publicar sus sueños más encendidos de los posicionamientos de sus asesorados.
En esos sueños, el candidato objeto de su laborantismo, sube escandalosamente después de afanarse buscando votos hasta bajo las piedras, mientras precipitan con su magia en un abismo profundo al contendiente más visible.
Mucho a poco no conforma, tiene que ser muchísimo más a muchísimo menos.
Así, se satisfacen las expectativas y se justifican los voluminosos cheques cuya procedencia todo el mundo conoce, aunque se niegue con la típica cara dura del que tiene la sartén, el aceite, la carne y el fuego, y además el hambre y la bebida.
La intención, sin lugar a dudas, está dirigida a crear la ilusión de que sus candidatos han sobrepasado los límites de la gloria electoral y, a su vez, que sus contrarios están en el infierno de los derrotados antes de la contienda, y provocando escasez de juramentos en el mercado por al alto consumo con tantas juramentaciones de contrarios rescatados.
Se busca, que los nuevos votantes y algunos indecisos, o de “la mayoría silenciosa”, entiendan que deben votar por “el que va a ganar” al mostrar los abultados volúmenes de intención de voto que se les atribuye con su abracadabra maravilloso. También, incentivar el transfuguismo de ovejas descarriadas que luego juramentan bajo los focos de los medios de comunicación.
A su vez, esas encuestas son acompañadas de noticias y artículos de opinión donde se enfatiza que los contrarios “no arrancan” o están empantanados en números cada vez más reducidos, expuestos como contraparte “derrotada” en las mismas encuestas.
También, se acompañan de declaraciones de los voceros de los “ganadores” donde se atreven a realizar vaticinios de los porcentajes con los que sus candidatos van a obtener sus victorias electorales, como si supieran algo que los demás desconocemos.
Igual, hacen figuras internas que buscan reciclarse poniéndose donde el seguro ganador las vea.
Los porcentajes de tales vaticinios, se asemejan a los resultados de las encuestas, buscando que se parezcan a los resultados de los boletines que van a ser emitidos apenas cerrados los colegios electorales.
Es como si todo fuera el resultado de una misma programación centralizada, donde los macro deseos de los candidatos se transfiguran en votación favorable, y los cómputos solo tienen que confirmar la exactitud de los números adelantados por las encuestas.
Y, como toda encuesta es reputada de poseer una parte de verdad, el país pudiera evitarse los desproporcionados gastos de organización de los torneos electorales y declarar absolutamente ganadores a los candidatos que tales mediciones señalen con esos niveles de votación deseada.
Así, de la misma forma que los candidatos han sido seleccionados también por encuestas, soslayando las convenciones internas de los partidos, se podrían eliminar las elecciones generales, y proclamar los ganadores por medio de tales encuestas.
Como una demostración de la madurez democrática alcanzada en la producción de encuestas y de su instrumentación conveniente cual instrumentos de combate.
Ganaría el país que tiene que trabajar para sobrevivir y pagar impuestos.
¿Para qué afectar la economía con las paradas ocasionadas por el proceso electivo y por los gastos de la logística electoral?
¿Para qué seguir inflando los gastos de campaña si ya hay candidatos proclamados como ganadores indiscutidos?
Sus encuestas lo proclaman a demasiadas voces.
Además, pudieran evitarse los molestos entaponamientos de los bandereos y caravaneos que impiden el libre tránsito de los ciudadanos que no están participando del derroche entusiasta.
También, los enormes gastos en combustibles, decoración de vehículos, viáticos y refrigerios de todos los asistentes al festín.
Lo de menos son los $ 1,000, $ 500, los potes y pica pollos.
Y, principalmente, pudieran evitar, tener que estar negando el uso de los recursos públicos, cuando es más que evidente que lo hacen sin recato alguno.
Así, si se proclaman ya los ganadores por encuestas encargadas por ellos mismos, tendremos una sociedad más feliz, satisfecha del nivel de democracia alcanzado.