Danilo Medina despliega el esplendor convulso de sus mentiras y ya ni siquiera se inmuta. Se ve que digirió el tiburón podrido. Por lo tanto, lo que sigue es preguntarse a dónde puede llegar. Si leemos el discurso reeleccionista la meta es otro período, o sea que es hasta el dos mil veinte; pero la política dominicana demuestra que es mejor leer prácticas y no discursos. Ese mismo Danilo Medina juró defender una Constitución que cambió en quince días, y sus prédicas contra la reelección fueron las más razonadas, las más ponderadas, las más objetivas. Hipólito no prefiguraba ningún trauma en su intento de reelección, según él “quedaba mucho por hacer” y eso bastaba. Danilo, para rechazarla, se empinaba sobre un razonamiento que recuperaba la historia desastrosa que la ambición de continuidad en el poder había originado en nuestro país, y apostaba (EN EL PLANO DISCURSIVO) a fortalecer la institucionalidad. “Arrojar los escrúpulos al zafacón”, “comerse un tiburón podrido”, “desarticular las frágiles instituciones del Estado para ponerlas al servicio de quien se reelige”, eran un verdadero catálogo de las vicisitudes que la reelección nos había obligado a vivir.
En la práctica, sin embargo, Danilo Medina repitió el guion que la miserable historiografía dominicana reitera. Ha usado el Estado para construirse el pedestal de un Dios. La desmesura de su determinación de retener el poder aterrorizó al posible candidato natural del PLD, Leonel Fernández; quien no midió la fiereza con la que lo combatirían. Acorralado, con más miedo que vergüenza, en un discurso penoso ante la nación definiría las intenciones de Danilo Medina como las de “un dictador del siglo veintiuno”. Y no eran meras palabras. Lo molieron hasta hacerlo gofio. Danilo dispersó con dinero el núcleo de apoyo legislativo de Leonel Fernández. Propició el descrédito paulatino del “líder”(el déficit fiscal, el maletín lleno de facturas, el contrato de la Barrick Gold, los juicios a connotadas figuras del leonelismo, la traída de Quirino, etc), cercándolo en el terror de una embestida presentida que ahora la reelección acerca. No es que lo que esgrimía contra Leonel Fernández fuera mentira, es que empleaba los mismos métodos que criticaba, superándolos.
Y si vemos cómo ha utilizado los fondos públicos para reelegirse, la ausencia absoluta de escrúpulos; el horror se instala como uno de esos presagios de una obra de Shakespeare. ¿Será el 2020 el límite de la ambición de este hombre y su grupo económico? ¿Importa acaso, leyendo su práctica, que haya un impedimento constitucional? ¿No fueron las necesidades de prolongar la acumulación originaria de capital del grupo económico que apoyó a Danilo, y el miedo a lo que hubiera podido hacer Leonel Fernández en venganza, los que obligaron a la búsqueda de la reelección? ¿No era la reelección el único plano teórico que en su práctica política había analizado Danilo, con opiniones contrarias ética e históricamente sustentadas? La verdad es que el plano de la democracia formal no puede detener la práctica de un grupo económico que se encaramó en una expresión política. Puede incluso que Danilo creyera sinceramente en todo lo que predicó sobre la reelección, pero frente a la perspectiva de que Leonel Fernández regresara al poder y le hiciera a él lo mismo, su grupo económico, primero, y después su expresión política; empujaron la reelección de quien había atesorado un caudal político combatiéndola.
¿Y no resurgirán en el 2020 los mismos argumentos de la cúpula económica danilista? ¿Puede una figura tan gris como José Ramón Peralta encarnar la continuidad del danilismo? ¿Cuál será el destino del doctor Leonel Fernández si Danilo se reelige? ¿Y el miedo a ser esculcados, investigados, analizados en profundidad, no impulsará la cúpula danilista a borrar del mapa a Leonel Fernández, cuya significancia dentro del PLD es ya casi simbólica y nominal? ¿Leonel Fernández abandonará su terror al poder de Danilo y decidirá combatir? ¿Es compatible el nivel avasallante de la imposición de la imagen con un período de gobierno que solo llega hasta el veinte?
Lo cierto es que Danilo Medina despliega el esplendor convulso de sus mentiras sin ni siquiera inmutarse, y lo hace contando con dieciocho millones de pesos diarios del erario, y con todo el Estado. Cualquiera no cree que su ambición se detendrá en el 2020. Además de la libertad, aquí languidece la comprensión y la esperanza. Volveré sobre el tema.