A la manera de la inteligencia occidental, como grupo racionalizante, los intelectuales dominicanos nunca han participado del poder, aunque hay intelectuales que han alcanzado a manejar el aparato del Estado. Lo característico es disolver el compromiso en la ironía, un sentido del agotamiento, un vacío, una entrega, un negarse frente a la historia que está transcurriendo ante sus ojos. Y hasta la abyección repugnante.
Lo que hemos tenido es un modelo de pensamiento que se aleja como el diablo a la cruz de la historia inmediata que lo está cercando. Es nuestro propio jardín lo que cultivamos; sin jamás recogernos en ningún fin, el sentido de la historia parece sólo individualismo y soledad. Hay una verdad traumática que rodea el pensamiento dominicano, en la cual cabalga el miedo a la historia objetiva que sienten los intelectuales: Todas las propuestas de regeneración social provenientes del pensamiento han fracasado. La de Núñez de Cáceres, la de Duarte, la de Lugo,la de Hostos, la de Ulises Francisco Espaillat, la de Juan Bosch, la de Santiago Guzmán Espaillat, etc.
Duarte es una coartada lánguida, ardiendo de incomprensión ante la realidad. Santiago Guzmán Espaillat podía volar en las alas leves del arielismo, tronando desde los salones de la sociedad civil de principios del siglo pasado, pero las bayonetas de la Guardia Republicana lo transfiguraron, lanzándolo más allá del egoísmo. Los hostosianos se diluirán, primero entre horacistas y jimenistas, y luego, vergonzantes, en el trujillismo. Américo Lugo rumiará su hastío, se asqueará, elitizado, y se pondrá su piyama para siempre, como si fuera un exilio, u otra forma de morir. ¿Quién no recuerda aquel discurso de Manuel Arturo Peña Batlle, del 1940, contra “los soñadores y los imaginativos”? Uno de los instantes más dolorosos de nuestra aventura espiritual, que lo llevó sin remedio al autoritarismo trujillista.
El mismo Balaguer se aisló con un círculo de ceniza del designio mendicante de los intelectuales, y los arrojó con furia de su reino prolongado. Más que la secta estrecha de versificadores que desde su primera juventud lo había rechazado, y él rechazaba; le repudiaba esa pobreza espiritual del parnaso. Él, quien se definía así mismo como un “Cortesano de la Era”, no podía soportar el tufillo despreciable de la sumisión y el lambisconeo de quienes deberían albergar toda la altivez espiritual de la nación. ¿Es que no se merece un rechazo colérico del pensamiento toda la canallada que nos hace vivir cotidianamente el poder en este país? ¿Quién escucha el aúllo blasfemo y el alma encabritada de los poetas, en estos tiempos no grandiosos? ¿Por qué el silencio criminal de los “intelectuales”, y la complicidad, en medio de un ejercicio del poder que lo ha prostituido todo? ¿Cómo explicarles a los jóvenes que requieren de paradigmas que quienes dicen ser la expresión espiritual de la patria se han refugiado en la fría indiferencia, ante la más formidable maquinaria de corrupción de la historia contemporánea? ¿Y la inequidad en que vivimos, en cuál rescoldo del pensamiento la podemos esconder?
Los dominicanos hemos quebrado la razón occidental como instrumento de convivencia, y la hemos convertido en un arma cínica de destrucción. Toda la sociedad es un mercado de sombras. Aquí cada quien anda buscando “lo suyo”. En esa fauna pasajera del vivir, el intelectual dominicano no ha aprendido que su trascendencia es el otro. Porque, pobreza infinita que no puede soportar, la miseria material lo acosa, y ése es un lugar desde el cual resulta incómodo hacer el sueño partir. Garantizarse el chequecito todos los meses, reproducir la vida material con la brega del juicio crítico, hace que se confunda la vida con la nerviosidad; y sobreviene el lambonismo, los signos espectaculares de la degradación, que tienen la característica de que quien lo padece no los siente. No hay ninguna idea, ningún pensamiento, nada puede hacer disminuir la apariencia de mercancía de un pobre infeliz que depende para subsistir de la benevolencia del político corrupto. No hay poeta que valga. No hay ninguna otra realidad que no sea ésa maldita miseria moral. Ningún plano teórico ni ético los ocupa. Entre el espesor de la palabra y la fulguración de la verdad, los “intelectuales” dominicanos son hoy la náusea de la sumisión. ¡Eso, la náusea!
¡Oh, Dios!