Desbalance

No existe balance universal alguno cuando Sísifo, el fundador y rey de Éfira es castigado a empujar una gran peña hacia la cima de una montaña y la roca siempre se le suelta antes de alcanzar la cúspide, rodando cuesta abajo hasta golpearlo, y el protagonista vuelve a intentar la misma situción una y otra vez con el mismo resultado. Así, se haya la sociedad dominicana, empujando la roca de la desidia generalizada ante la indiferencia de los que no están diferenciando entre el bien y mal que ha transformado la vida social del país con la violencia delincuencial, y la corrupción impune que la golpea y vuelve a golpearla una y otra vez como el peñón de Sísifo.

Antes, los dominicanos, podíamos distinguir sin mayores dificultades entre el bien y el mal, lo correcto e incorrecto. Podíamos hasta estar seguros sobre qué esperar casi en todas las circunstancias, porque existía un marco moral, y legal, que se respetaba y llevaba equilibrio a la sociedad, que aceptaba las consecuencias de sus acciones. Y había también autoridades que sabían lo que había que hacer y lo hacían, cuando algo se salía de control.

Ahora no. Ahora no hay circunstancia o situación alguna en la que podamos estar seguros del resultado. Sin importar la legalidad o ilegalidad del caso, o la moralidad o la inmoralidad desbordada más allá de los límites de lo tolerable; y no hay nadie que sepa, y quiera, resolver nada, más allá de recibir mucho dinero por no hacer nada.

Ahora no importa nada. Los resultados son los que son y serán los que serán, sin importar para quien sean justos o injustos, buenos o malos, correctos o equivocados. Las cosas solo están ocurriendo sin que importe si hay alguien al timón del barco o si la nave va a la deriva hacia los arrecifes de la indiferencia, donde todo es posible sin importar a favor de qué o quién ocurran.

Hay muchas situaciones que reflejan esa realidad sin mayores dudas. Sin pecar de repetitivos, echemos unas gotitas de limón en la herida abierta de la nación que, impávida, observa sin reaccionar, dejando hacer, dejando pasar.

Póngase el caso de la aplicación de la ley de migración en una isla dividida entre dos países, con viejas rencillas, y mutua desconfianza, donde uno, que ha sido el ofensor tradicional, aplica la ley de migración con el celo debido, sin importar su situación política o su estabilidad social; mientras el otro, con estabilidad social y cierta organización política, mira para otro lado mientras es presionado para que se deje invadir de ciudadanos ilegales indocumentados que luego son “ayudados” a reclamar y conseguir documentación legal, mientras el ofensor de siempre reclama legalidad y acusa al invadido de violación de derechos cuando se deportan algunos ilegales.

Se les pagan las escuelas, los hospitales para enfermos y parturientas, y ahora han cabildeado que se les asignen nombres hispanos a las criaturas que dejen abandonadas sin nombres de padres y madres, dando la pauta para que tal aberración se adopte como norma y los pequeños bastardos abandonados pasen a ser dominicanos, sin tener derecho a serlo.

Y a esta situación nadie parece importarle, entre ellos los que deben ser responsables de importarle y de resolverla con el celo histórico y legal que ese abuso internacional amerita. Y, por el contrario, en el caso de la hispanización haitiana, son los honorables nuevos integrantes de la JCE los que han prohijado tal barbaridad, queriendo parecer inteligentes o para conservar sus visas.

En esa situación no existe un balance normal ni moral ni justo, ni correcto y mucho menos legal, y no por obra de los ofensores y violadores de la ley, sino por la clara indiferencia coaccionada de los responsables que aplicar la ley. Son como un médico frente al cáncer de su paciente que se cruza de brazos, mirando para otro lado sabiendo que si no opera esa malignidad va a terminar con la vida del paciente.

Pero el médico está más pendiente de mantenerse al frente del hospital y de que no le hagan valer los expedientes de malas prácticas (que sabe que le tienen) para no caer en prisión por sus propios actos de corrupción al frente del hospital. Y negocia el cáncer de su paciente para mantenerse impune, aunque sabe que su paciente va a morir por su indiferencia surgida de las conveniencias.

Póngase también, el caso de la justicia en un país controlado en su totalidad por un solo grupo partidario, que reparte el presupuesto nacional como si fuera suyo y, cuando no se puede completar el presupuesto con los ingresos fiscales que producen los impuestos, procura recursos prestados para continuar con el reparto, porque no se puede afectar a la militancia del grupo ni a los aliados de conveniencia que buscan también su parte cuando acuerdan aliarse con el más fuerte y corrupto.

En esta situación, tampoco existe balance ni equilibrio porque todos los beneficios de la actividad política se van hacia un solo lado, que reparte y se queda con la mayor parte, como tampoco hay justicia o moralidad, mientras se hace propaganda sin control para que todo se perciba como normal y el mismo médico mantiene abierta su caja registradora para recibir el flujo de caja que produce la situación.

La roca del Sísifo nacional, y que viene empujando cuesta arriba desde hace años, ha sido creada, entre otras cosas, por elecciones amañadas, y reelecciones compradas con el presupuesto nacional pasando de mano en mano entre comerciantes legislativos que han contribuido al hoyo financiero que dejó el inolvidable maletín de facturas que todavía no se quieren revisar, mientras se siguen acumulando más facturas. Incluyendo las facturas de Odebrecht, que han restado legitimidad a todo el tren de funcionarios electos con el dinero de la connivencia entre el gobierno dominicano y el crimen organizado en empresas multinacionales.

Esa enorme roca sube y sube, empujada por la sociedad para que sea la propia justicia la que se la arrebate de sus manos, para dejarla rodar de nuevo hasta el charco de lodo por el que pasan todos los funcionarios sin ensuciarse. Y, sin importar lo que se descubra, la situación sigue sin cambios porque Sísifo sigue empujando su piedra de corrupción e impunidad, mientras los corruptos controlan el sistema judicial hecho a su medida.

Por eso no hay un balance que le permita a Sísifo, por lo menos, estabilizar la piedra a cierto nivel para que no vuelva a rodar de nuevo cuesta abajo. Y desde allí, con algún respiro moral o legal, ¿o electoral?, volver a intentar terminar con el castigo de los dioses de la política que lo han condenado a cargar con tanta corrupción.

Porque el Sísifo social dominicano necesita un respiro, soltar su piedra de corrupción por medios electorales o de cualquier tipo que conduzca a eliminar esta carga insostenible. Este castigo divino de los dioses de un Olimpo que no han sido elegidos para esa labor divina y que, a pesar de no contar con el voto de la sociedad, se han enriquecido a costa de ella.

Porque han creado el desbalance financiero que hace la distribución económica cada vez más injusta, creando un palíndromo o capicúa, donde siempre ganan ellos. Esos dioses intocables para los que no existe justicia, aunque los hallen con las manos en la masa del presupuesto. Y la justicia internacional, como no existe acusación desde adentro, parece que no puede enjuiciar a tales deidades olímpicas, alcanzando solo a quitarles la visa a algunos de sus alabarderos.