A quien llega el crecimiento económico

Desde hace varias décadas, el crecimiento económico ha sido una pancarta de propaganda de varias administraciones gubernamentales, con marcado énfasis en las administraciones que siguieron al gobierno del Joaquín Balaguer. Balaguer, que no tenía ínfulas de erudito en economía, ni le gustaba el FMI ni el Foro de Davos, y tampoco quería hacerse el gracioso contando seudo chistes, y menos deseaba sostener una popularidad ficticia, siempre manejó la economía nacional, como él mismo decía, con “una libreta de pulpero”.

Todos los gobiernos han usado el enunciado del crecimiento económico, y también los señalamientos de “organismos internacionales” que, en momentos convenientes son usados para elevar la credibilidad en las ejecutorias económicas de los gobiernos. Y, principalmente, el partido del actual gobierno lo ha convertido en “popularidad” del presidente de turno; como si el desempeño económico de la nación dependiera únicamente de la voluntad y el deseo del gobernante.

Pero nadie cuestiona la efectividad de esos aportes providenciales, casi mesiánicos, de los gobernantes. Lo dicen en discursos de la campaña permanente que desarrollan las administraciones y lo anuncian en la propaganda gubernamental como verdades ineluctables, mientras el pavo real, que dice producirlas, expande su cola de verdades a medias.

Crece teóricamente la economía, y el presidente con ese crecimiento “saca a miles de la pobreza”, pero aumenta el desempleo y la violencia por la falta de las oportunidades que desmienten el “milagro económico”. Y, mientras se compran declaraciones favorables de los “organismos multilaterales”, la gente de a pie se desespera y se lanza a la economía informal y a los negocios turbios que son los que crecen en la realidad.

Pero, lo que crece exponencialmente es la brecha económica entre los que lo tienen todo y aquellos que cada vez tienen menos, porque hasta la esperanza la han perdido. Incluyendo a los funcionarios que compiten en riqueza acumulada con los oligarcas ancestrales y la ostentan con descaro.

Por eso crece la violencia, y tampoco nadie la controla, aunque se hacen permanentemente declaraciones y “operativos” para controlarla, porque la violencia es generada por el crecimiento oscuro de la economía, es decir, por la suma de la economía informal como contrabando y tráficos ilícitos de mercancías legales e ilegales.

Y eso no ocurre en tal volumen en los países donde el crecimiento económico real se refleja en todas las actividades de la sociedad que lo produce y lo sustenta, mientras en nuestros países actúan como en paraísos económicos libres, o tierra de nadie, controlados por abigeos y lavadores de resultados.

Pero aquí, el crecimiento económico solo ha venido beneficiando a los macro sectores que reciben las divisas de las exportaciones mineras, el turismo y las importaciones legales, y las ilegales con apoyo de funcionarios que las motivan y sustentan con empresas a nombre de terceros y de familiares o relacionados cercanos.

Por eso el crecimiento económico, que se cacarea con un huevo de polla primeriza, resulta ser un espejismo propagandístico mentiroso. Aunque crezca para los grandes comerciantes que especulan con los productos y los servicios, sin controles de ningún tipo. Para ellos tiene mucho sentido ese crecimiento que les permite controlar la economía a su antojo.

Pero crecimiento no saca a nadie de la pobreza y, por el contrario, aumenta la misma, mientras mete cada vez más a los ricos en una mayor riqueza. Esa es la dinámica perversa que los políticos siguen vendiendo porque las masas irredentas siguen consumiendo su gran mentira.

Y solo en los números emanados del Banco Central, como si salieran de un departamento de maquillaje escénico y teatral, coinciden con las cifras del gobierno y del partido. Esos macro números permanecen como en una nube, gravitando sobre las cabezas de los ciudadanos, pero sin aterrizar, sin reflejarse en la canasta familiar que aumenta sus costos sin control ni interés del gobierno en mantener su estabilidad real.

Es como si el Banco Central fuera indiferente a los parámetros de la economía que afectan los precios de bienes y servicios que están acogotando a la sociedad y solo se limitara a mantener precariamente los niveles de precio de las divisas, algunas tasas de interés de estricto interés de los banqueros, y el crecimiento económico, para mantenerse alineado con los organismos multilaterales.

Y nada más, porque lo que ocurre con la sociedad, sus vicisitudes y penurias para alcanzar cada fin de semana, quincena o mes, no son de su interés o no parece que lo sea, porque solo se limita a sus cifras como las fichas de un ábaco, siempre las mismas, sin importar lo que ocurra abajo donde los precios aprietan y atracan los bolsillos de la gente.

Y no parece interesarle a quienes llega el resultado de su crecimiento económico; como tampoco le importan los déficits reiterados producidos año tras año por el gobierno, ni el déficit cuasi fiscal ni la deuda pública que sigue creciendo en moneda dura y nuestra moneda apenas se devalúa gracias a la magia del maquillaje a que son sometidas las cifras generales que deberían reflejar esas enormes distorsiones económicas y financieras.

Y con ese panorama -y como no somos economistas nos estamos quedando cortos en el somero enunciado del desastre ocultado- que se busca mantener oculto del conocimiento de la sociedad, la mejor carta que se juega es la propaganda profusa y reiterada para convencernos de que la economía crece y que eso se refleja en la gente que, en grandes números, cada año sale de la pobreza.

Es como si alguien accionara la gran palanca de gran inodoro nacional y en fila, alineada y feliz la gente anodina saliera de la pobreza para irse a morar a las alcantarillas cloacales donde dejan de ser lo que habían sido: seres humanos que ahora pasan a ser también cifras manipulables. Esos que siguen siendo pobres con un sello que los coloca en la casilla de no-pobres.

Y nada más. Entonces se desata la vocinglería que santifica y avala la propaganda que cobran por hacer.

Y todos felices con el crecimiento económico que todavía no se sabe a quién le llega de manera real y efectiva; contante y sonante.

Bueno el cuento, ¿verdad? Lo bueno es que lo seguimos creyendo.