Nadie quiere violencia

Por Leonardo Sanchez

Se ha recurrido a la pureza retórica para demandar la renuncia del ejecutivo nacional, aun sabiendo que era simplemente un ejercicio. Pero motivos hay, ¿eh?

Porque aquí nadie renuncia, aunque lo encuentren infraganti, como es el caso. Nadie quiere violencia, pero es una güarrada que la rechacen aquellos que la siguen provovando, incluyendo sus declaraciones de rechazo.

Aunque sean las mismas instancias y personas que antes pedían la renuncia de otros incumbentes que no habían incurrido ni en la centésima parte de irregularidades que ahora se han destapado.

¡No miran su viga y critican la paja del ojo ajeno!

Ha sido como un ejercicio catártico porque los proponentes deben haber estado seguros de que esa eventualidad nunca iba a ocurrir. No con esta gente, porque carecen de decencia, hidalguía y, el honor, es su más profunda carencia.

Así, por más que lo pidan, esa renuncia no va a suceder. No aquí en “me no please land”.

Y no va a ocurrir porque nadie quiere violencia. Y se sabe que, con la actual configuración del gobierno del estado, solo con violencia saldrían de allí. Con los pies por delante, pero tienen la suerte de que las actuales generaciones no quieren, aunque sabrían cómo, participar en la violencia que en el pasado hizo posible que los indignos e ilegales hallaran su justa respuesta.

No es que falten hombres ni falte una canción, pero tal vez la idea de sacrificio por los motivos actuales no alcanza la sima de fango donde hay que bajar a encontrar a los oponentes enfangados en su propio hábitat.

Porque el presidente y el partido que lo sustenta, tienen todos los recursos del poder a su disposición y, aunque se encuentren todos descubiertos en el tráfago de la corrupción abierta de Odebrecht, y la larga lista inocultable, nunca van a admitirla ni hay posibilidad de que las estructuras judiciales funcionen para forzar la salida del presente gobierno.

¡Nadie se acusa, se juzga y se apresa a sí mismo!

Y eso lo saben bien quienes han lanzado ese grito en el desierto corrupto e impune. Y lo saben también los que se han rasgado las vestiduras en defensa de la más abyecta corrupción ¡más que probada!

Ni el presidente renuncia ni el congreso lo destituye, aunque saben todos, el grado de enlodamiento mutuo que existe entre ellos, deliberado y metódico.

¡Y disfrutado!

Aunque algunos pretenden “volar sobre el pantano”, y aparentar la limpieza que no tienen.

Y no va a ser así, porque para renunciar el presidente tendría que admitir la financiación ilegal de sus campañas y las injerencias brasileñas en las mismas que, aunque están a la vista y los indicios son abrumadores, el nivel de control que tiene el presidente de todo el aparato lo hace impracticable.

Aunque no imposible; porque constitucional y legalmente hay motivos y vías correctas si “el aparato” no fuera suyo, porque para eso quiso “su congreso”.

También se puede descartar el juicio político con fines de una destitución, no por falta de méritos, pero sí porque la acusación tendría de salir de la cámara de diputados donde su hermana es quien tiene el control de la agenda parlamentaria.

Y si los olmos no dan peras, ¿para que entonces pedirlas?

Y, en el insólito caso de que pudiera salir una acusación desde la “cámara baja”, el proceso tendría que ser llevado por un senado donde el presidente tiene super mayoría, solo con la disidencia de dos de los integrantes de ese alto organismo legislativo.

A todo eso hay que agregar el nivel de desinformación que ruge como un tsunami por los medios de comunicación y las redes sociales, impidiendo un pleno empoderamiento de la población que, en última instancia, podría salir a las calles a exigir la renuncia, no solo del presidente, sino de todo el gobierno, porque todo el gobierno adolece de la misma ilegalidad.

Esa situación impide la sucesión constitucional. No puede la vicepresidenta, como tampoco el presidente de la asamblea nacional, porque todos fueron electos en el mismo certamen financiado con fondos de la corrupción. Tampoco puede ser el presidente de la SCJ porque fue seleccionado por un consejo de la magistratura encabezado y compuesto por las rotundas ilegalidades anteriores.

Todos fueron electos por medio del mismo proceso viciado y vicioso. Antes y ahora, y su ilegalidad no puede generar legalidad. Ni las nuevas ni las viejas ilegalidades.

Aunque se hagan todos los esfuerzos que se hayan hecho y se sigan haciendo para negarlo, rechazarlo, desmentirlo, y ocultarlo más de lo que ya se ha ocultado.

Y, ahora están todos tratando de salvar «el orden constitucional» que no respetaron comprando elecciones y recibiendo sobornos para ello. Propiciando sobrevaluaciones de obras para ello.

Nadie podía esperar una situación como la presente. Un gobierno que, en buena ley, debería vacar completo; un país que no sabe cuáles son los mecanismos que lo pueden rescatar desde el fondo del pozo de lodo donde los han tirado, y una JCE que canta “claro de luna” para que el capitán vea a dónde está y lo que es capaz de hacer para seguir “ungiendo” aquello que la anterior Junta había ungido y dándose a sí misma la extrema unción.

Esa unción, que en extremo buscaba salvar el ejercicio del ejecutivo actual, se lanza a sí misma al fango, contando con que aquí nadie renuncia ni siquiera cuando enseña el refajo del mismo color del partido que defiende, cerrando también la vía de sucesión electoral.

Porque un “juez” electoral que unge como ha ungido el actual, no puede ser árbitro imparcial como no lo fue el anterior que dio sobrados motivos para la violencia que el pueblo no quiso desatar entonces. Como tampoco quiere ahora, aunque sobran los motivos.

“¡Touché”!

Y, con el juego sucesoral trancado, y la posible selección de nuevas cortes por la misma ilegalidad, se llega a la conclusión de que lo mejor sería despertar de la pesadilla y pedirle a Odebrecht que nos perdone.

Que busque más obras para sobrevaluar y más funcionarios para sobornar, que na’ e’ na’ porque aquí to’ e’ to’ con un maletín angelical.

Que nos vamos portar bien para que nos “pongan” en las próximas navidades como hacen los “reyes magos” en todas las navidades con los niños que se portan bien.

Que todos nos equivocamos y lamentamos haber descubierto el juego donde todos jugaron sucio, pero salieron tan limpios que merecen nuestras disculpas.

Por el “orden constitucional” para que no haya la violencia que nadie quiere, aunque se renuncie al derecho, la honestidad y la justicia de los hombres.

Porque a la justicia de Dios nadie puede renunciar, aunque se siga siendo presidente o un “intelectual” que le ande pidiendo peras a los olmos.